BOSQUE DE PINOS JUANA
DOMÍNGUEZ
Junio llegó a su fin,
el verano arribó ya.
Los deberes, y el trabajo
por un tiempo se abandonan,
como chiquillos alegres
al bosque de pinos vamos,
en compañía o silencio.
Verde menta, muy frondoso,
con arroyos y senderos
que lo cruzan y dan vida.
Ardillas de rama en rama,
jugando a corre y me pillas,
resuenan los carpinteros
marcando su tac
tac tac.
lagartijas, saltamontes
saludan en su rincón.
Agujas, helechos, jaras
un follaje colosal,
donde simular hazañas,
holgar y holgazanear,
chicos, grandes o medianos,
disfrutando su frescor.
Bosque de pinos airosos,
mil gracias por tu presencia.
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ESCORIA SANTIAGO J.
MARTÍN
Sólo hubo un momento con mayor éxtasis que aquel que le
produjo esa chispa salida del viejo encendedor de mecha.
Se lo había quitado a su hermano mayor unas semanas antes de
que falleciera padre. Se veía venir que el anciano transitaba hacia la muerte
en los últimos días de su enfermedad.
Suponía Leandro que su hermano no repararía demasiado en la
falta del encendedor. La familia estaba pasando el mal trago de la marcha del
que había sido faro y boya de todos ellos.
Aquel encendedor de mecha, tenía su historia, que no era
nada si la comparábamos con el protagonismo cruel que le iba a dar Leandro en
los próximos días.
Su padre fumaba picadillo, como un rito, a la vuelta de las
tareas del campo, sentado junto al fuego y el puchero. No hablaba, les miraba y
sobre todo les escuchaba, les sonreía, les acariciaba las lágrimas si se
necesitaba.
Ese mechero le salvó la vida a su padre cuando estuvo preso,
nada más terminada la guerra. Uno de los carceleros quedó encaprichado por los
adornos de plata que tenía en chisquero. Y antes de robárselo decidió acelerar
su paso por el pelotón de fusilamiento, así no habría ni denuncias baldías, ni
amenazas imposibles de cumplir.
La buena suerte de su padre, Tadeo, fue que el cumpleaños
del general de brigada, que custodiaba el penal, fue suficiente para indultar
de la muerte a los 7 elegidos de esa noche.
No le importó a Tadeo no recuperar su mechero, porque se
había llevado una tajada mejor, su vida. Pero esa vida te está esperando en
cualquier esquina para darte o quitarte. Y el carcelero chorizo tuvo una noche
su merecido cuando intentaba robar la foto de la novia de Alonso, el compañero
de celda de Tadeo. No tuvo piedad Alonso, que luego sería ajusticiado tres días
después, y propino una tremenda paliza al ladrón, dejándolo maltrecho por una
buena temporada. Allí en el suelo quedaron varias muelas, mucha sangre y el
mechero de Tadeo, que no tardó en recuperar.
Una nueva amnistía, esta del generalísimo, devolvieron al
Tadeo republicano, reconvertido en miembro obligatorio de la Falange, de la que
se escabulló como pudo, algo que no fue difícil en los valles cercanos a Albarracín.
El bosque era la vida de la familia. Todos resineros y todos
fieles a la vida a la intemperie. Y ahora se moría Tadeo. La herencia del
hombre no volvería ricos a ninguno de sus hijos, pero les aseguraría el
sustento si sabían repartirse bien las tareas y si no se peleaban entre ellos.
La paz había dibujado a esa familia.
El problema era Leandro. Estaba harto de tanto bosque, de
tanta resina, de tanto hermano mayor que le daba órdenes. Leandro era raro,
apartado, silencioso, cruel con todo aquel que quería conocerle mejor, era un
hombre solo.
Se acercó a un pequeño montículo que había hecho con sus
manos. Allí había tamuja, restos de hierbas secas y mucho odio. Odio a toda la
vida que tenía a su alrededor. Y justo a
ese lugar fue a parar la chispa de su breve felicidad y del mechero de su padre.
La sierra ardía en pocos minutos ante la desesperación de
todo el pueblo, ante el grito ahogado de las aves que se desplazaban moribundas
con las alas ardiendo.
No sería necesario ese verano hacer el reparto de las tareas
de poda y las marcas del sangrado de resinas. Este año ya no iría refunfuñando
Leandro al bosque, nadie discutiera con él.
No habría bosque. Todo calcinado, perdido, abrasado. Y entre
sus cenizas las de su verdugo, que mientras ardía rodeado por las llamas, todos
perdimos la oportunidad, por primera vez, de verlo reír.
El viernes es un día especial, casi siempre para bien. Pero lo mejor del viernes, es abrir el blog y poder leer los relatos tan ingeniosos que nos brindan sus autores. Gracias Juana, gracias Santiago.
ResponderEliminarOtra entrega de historias que hacen disfrutar con su lectura....
ResponderEliminarMuchas gracias
Juana, sea poesía o prosa poética, tu relato es un canto a la naturaleza. Muy bello.
ResponderEliminarAunque ya había leído estos escritos en el móvil, es mucho más agradable leerlos a pantalla completa en el ordenador, por lo que invito a todos los seguidores de este blog a que disfruten de este desfile de imágenes , experiencias, descripciones y aventuras. a que lo lean y se decidan a comentarlos. No resulta fácil la primera vez pero una vez que tras ensayo y error, lo consigues, la siguiente vez, es mucho más sencillo.
ResponderEliminarTarde comento tu relato, Santiago, que podría ser la precuela del mío. Aparte de la bien contada historia del chisquero, la narración es muy bella con imágenes y situaciones muy visuales.
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