21/06/2024

FANTASMAS II

 

UN LLAMADOR DE ÁNGELES                        JUANA DOMÍNGUEZ

Para Ángela fue una auténtica pesadilla, aquella casa siempre estaría presente en sus sueños y su vida.

Fue en primavera, su amiga Leonor vivía en el campo, la había invitado a pasar con ella un fin de semana. Viajó en autobús, las carreteras que comunicaban aquella localidad con la ciudad eran comarcales y no la apetecía conducir por ellas sola.

Leonor la esperaba en la estación, y juntas llegaron a la casa, se sentaron a tomar un café, y charlar de todo, familia, proyectos de trabajo, futuros viajes, amores. Sus cosas.

Su amiga tenía que ir a recoger unas verduras a una huerta cercana, la dejó sola, con el encargo de preparar algo sencillo para comer a su regreso.

Se dirigía a la cocina cuando el ruido de una puerta sonó al fondo. Un aseo, pequeño y sin ventana, que su amiga utilizaba para comodidad de la cocina, le pareció la causa del ruido.

Llamó – ¿Leonor estás ahí ? Silencio, fue la respuesta.

Fue hacia el aseo, empujó la puerta. Allí no había nadie. No habré escuchado bien, pensó. El ruido será de los vecinos.

No le comentó nada a Leonor, se le olvidó el suceso.

La mañana siguiente Leonor volvió a salir, tenía un compromiso que no podía cancelar. No tardaría en volver. Mientras, ella leería o se iría a dar un paseo corto, por el pinar que cercaba la urbanización. Cogió un libro de la abigarrada biblioteca de su amiga, dispuesta a sentarse en la terraza al sol.

El chirrido de una puerta sonó con fuerza. No soñaba, la puerta del aseo se movía, la tenía delante de los ojos, cerrándose. No podía ser. Las puertas no se abren y cierran solas. Se acercó al aseo, abrió la puerta, dio la luz, nadie. La luz se apagó. Volvió a encenderla, no lucia. Siempre positiva dedujo que se habría fundido la bombilla y que alguna corriente de aire movía la puerta.

Se fue a pasear, le contaría a Leonor lo sucedido, seguro que ella le daría una explicación razonable.

 Leonor se reía -que cosas te pasan, al quedarte sola te ha dado miedo, y te has sugestionado.

-No, no. Te juro que la puerta se movía.

Y entonces intervine, abrí la puerta del aseo de golpe, la cerré de la misma manera. Volví a abrirla, y salieron despavoridas a la calle.

Ese mismo día, Ángela le regalo un llamador de ángeles, para que lo pusiera delante de la puerta del aseo. Leonor sigue viviendo en la casa, cuenta que no ha vuelto a suceder nada anormal en ella, pero Ángela se niega a visitarla.

 

                                                               ------------------------------

 

UN FANTASMAL TENORIO                                        ANTONIO LLOP

Don Bernardo, alcalde de Valderrublos, pasea por entre los asientos desvencijados del viejo teatro del pueblo. Algunos totalmente desfondados, otros aún conservan un cierto apresto a pesar del polvo que les cubre. Sube con cuidado por los precarios escalones de madera al escenario. Aún quedan restos de antiguos decorados. Girones de cartón y telas imitando el interior de una casa, o paisajes coloreados con dibujos florales, otros con restos de nubes negras remedando noches procelosas. Observa las máquinas de atrezo ya deterioradas para fabricar los efectos especiales de viento y tormentas. En las dependencias polvorientas encuentra los armarios con ropajes de la última representación hace diez años: Un Tenorio. Repasando los útiles de la época romántica acumulados en un rincón se acuerda de su antecesor en el cargo, don Genaro, gran aficionado a las tablas, quien realizó el personaje del Comendador Gonzalo de Ulloa en esa ocasión. Precisamente recuerda que antes de que su predecesor falleciera habían visitado el teatro, juntos, evocando otros tiempos felices de su juventud.

Pues bien, él cumpliría ese proyecto de revitalizar la cultura del pueblo y con ello homenajearía a su antecesor en el cargo tan querido por el pueblo. Para lo cual se le ocurre volver a montar la representación de don Juan Tenorio el primero de Noviembre de ese año. Sería como homenaje al recordado alcalde anterior que llenaba la escena con el mismo torrente de voz con el que se imponía en los plenos del Ayuntamiento.

Don Bernardo, además idea que para convocar a más gente, la obra la representarían los mismos actores de la última vez, diez años antes, incluyendo al propio don Genaro. Esa licencia la pactaría por respeto con su viuda y su  hija, que no  dudaba, estarían encantadas de la reactivación del teatro, que tanto significó en la vida de su familiar. El papel del Comendador del fallecido se lo había reservado para sí, el propio alcalde actual. 

De vuelta a casa ve con tristeza a su sobrino tal como le ha dejado, pegado a su dispositivo electrónico. Apenas sale a la calle y solo se comunica con sus amigos por el móvil. El alcalde evoca cómo su pandilla quedaba en la puerta del teatro para asistir a la representación de los viernes, se sentaban juntos, llenando varias filas y luego comentaban las obras en el bar de la plaza. Antes de salir y para difundir su proyecto le pide a su sobrino que lo cuelgue en las redes sociales que frecuenta. Él mismo se encargaría después de poner carteles en el tablón del Ayuntamiento y en los principales establecimientos del lugar.

Lo que no pudo el interés cultural lo pudo el morbo de ver a don Genaro, el edil ya fallecido, tan en su papel de Comendador en la segunda parte de la obra. La ilusión de don Bernardo con su proyecto convence la farmacéutica que actuó en esa última representación en el papel de doña Inés (“Señor alcalde, que son diez años más, Nadie se va a creer que soy una novicia…”). Y al cabo de la guardia civil del cuartel del pueblo, entonces agente de buen pelo, que está sufriendo una progresiva alopecia, que hizo de don Juan. O a un don Luis Mejía que luce tripilla tras la barra del bar. A todos les convence que con ropajes y pelucas de época quedarían propios. Tienen todo el mes de octubre para ensayar.

Pide a Luisfer el encargado de la carpintería un cartel anunciador de la obra, que pegarían en el frontispicio del teatro con la leyenda: “Homenaje a don Genaro”, así como colaboración para el arreglo de los asientos más deteriorados, Y con una cuadrilla de voluntarios y voluntarias, encabezada por él mismo tras su labor municipal, se dedica a limpiar y preparar el interior del local. Restauran los decorados de los diferentes lugares donde trascurriría la obra, renunciando expresamente a las pantallas de leds que le aconseja la secretaria del Ayuntamiento. Quiere emplear los mismos trajes de la última representación y que todo sea lo más clásico posible.

Llega el día del estreno y don Bernardo, desde las bambalinas ve con satisfacción a su sobrino y amigos en las primeras filas, junto al resto del pueblo, algunos venidos de la capital a donde habían emigrado. Los recuerdos juveniles les habían movilizado. Y, por qué no decirlo, además el morbo de la presencia de un auténtico fantasma.

 Y la famosa redondilla de inicio de la obra resuena en el patio de butacas, diez años después: “Cuan gritan esos malditos/ pero, mal rayo me parta/ si en concluyendo esta carta/ no pagan caros sus gritos”…

El militar y el barman enfrentan sus apuestas amorosas sentados a la mesa de la cantina, y tras la seducción de la farmacéutica por parte del libertino, el alcalde hace su aparición en el papel de don Gonzalo. La expectación se traduce en una cierta decepción al reconocer todos a don Bernardo, el entusiasta impulsor de aquel proyecto.

Para la segunda parte las chicas de la peluquería de Nacho y el peluquero mismo maquillan a don Bernardo con mucho polvo blanco para imitar la apariencia fantasmal en su escena del cementerio. El edil, preparado tras el telón para hacer su aparición en la escena, nota un aliento ardiente tras de sí que lo paraliza. Una figura imponente pasa lentamente a su lado e irrumpe en el proscenio. Don Bernardo enmudece al ver a don Genaro, su predecesor, vestido con las prendas de la época, caminando con paso firme hacia el escenario de tumbas. Los más antiguos del lugar y el guardia civil Tenorio quedan sobrecogidos al escuchar la voz de trueno del anterior alcalde, que no había querido perderse su homenaje.

 

                                               --------------------------------------------------

EL LAUREL DE MI PADRE                                                      MARÍA ISABEL RUANO

Antes de marchar

corté una ramita del viejo laurel,

del viejo y renacido laurel

que, tras el fuego, se mantiene en pie.

Abrazada a su tronco,

agradecida, le creí ver.

Con la azada y el sombrero,

los brazos cargados de años,

los labios prietos,

el afán y el esfuerzo

para plantar el laurel.

Por dejar su impronta de protección

en el campo que nos vio crecer.

No son fantasmas ni ensueños

es el espíritu bueno

que, aferrado a la tierra,

me bendice y me protege

cada vez que regreso a él.

                                         --------------------------------------


CLAROSCURO                                                                       SANTIAGO J. MARTÍN

-          Marta, ¿qué nos está pasando?

-          No. ¿Qué te está pasando a ti?

Sobre la mesa del salón un billete de avión. Lleva allí más de una semana. Nadie lo toca, nadie lo mira. Se acerca la fecha. Más que unas hojas de papel se diría que es una amenaza, un cuchillo que corta incluso la empuñadura.

Los asesinatos en la ciudad no han registrado un aumento considerable durante el último año, apenas un 1,4%, pero sigue siendo una cifra importante. La mayoría de ellos, un 91% son resueltos antes de los 6 meses, pero hay unos 12 al año que pasan al saco del olvido policial. Se podría decir que son fotos de crímenes perfectos.

De vez en cuando se puede leer en algún diario que uno de esos casos perdidos salta a la luz. Lo que parecía que debería quedar en la ignorancia perpetua de la opinión pública regresa a la actualidad y seguro que a algunos les produce satisfacción y alivio, pero habrá otros que crean que sale perdiendo el morbo del plan perfecto quebrantado.

Hay que pensar en las víctimas, por supuesto. Ellas son un contrapunto incómodo, angustioso, penoso, claro. Exactamente igual que las sensaciones que parecen emanar del billete de avión que reposa sobre la mesa del salón. Despide miedo, supura ansiedad. Ya quedan sólo 3 días.

De los suicidios se sabe bastante menos. No es fácil llegar a cifras oficiales, pero no sólo aquí, en casi ningún lugar del mundo. Se piensa que hablar de un suicidio, contarlo, relatarlo, explicarlo públicamente, puede contribuir al famoso efecto llamada.

Es como un monstruo que nos acecha a todos. De pronto, algo se tuerce súbitamente en nuestras vidas y hay una ventana esperando nuestra primera debilidad, incitando a la rendición, perdonando los años que aún quedan por delante.

Y el billete sigue en la misma posición. Ya acumula algo de polvo, muy sutil. Ha formado una película que se ve al trasluz del poco iluminado salón comedor.  El vuelo a San Francisco es mañana.

Intento no pensarlo, me evado leyendo informes de asuntos penosos, de crímenes, de suicidios, de cosas terribles que les suceden a otros. Va a ser inevitable. Un Congreso Psiquiátrico Internacional y tengo dos ponencias. No me puedo escapar.

Es un miedo insuperable a viajar en avión, pero tengo mis recursos. Porque soy un hombre equilibrado, estable, ordenado, sensato. Esa es la palabra.

De todas formas las ayudas son bienvenidas. Si al menos Marta existiera.