03/08/2024

EL RELATO DE JULIO. CRISTORIAS 7 Y 8

 

LA INCREÍBLE HISTORIA DE JULIÁN                                          ANTONIO LLOP

 

Sentí un aire caliente en torno a mi cara. Abrí los ojos y di un respingo. Se trataba de la respiración de un hombre joven que me miraba fijamente.

 

-Perdone si la he asustado. La he despertado porque la marea está subiendo, y las olas están a punto de mojarla.

 

El muchacho vestía con el uniforme de los empleados de limpieza de playas. Me ayudó a doblar la manta sobre la que había pasado la noche y se dispuso a recogerme en la mochila el camping gas y el cacito donde había tomado la infusión la noche anterior.

 

-Gracias pero no lo recoja todavía, tengo que prepararme el café de por la mañana.

 

El joven se abrió en una sonrisa de dientes blanquísimos que contrastaban con su piel tostada y su pelo oscuro y rizado.

 

-Tengo otra idea mejor. La invito a desayunar donde José. Ahora es mi turno de descanso.

 

Me señaló un chiringuito al lado, que cuando llegué ya con noche cerrada solo percibí como una sombra en la playa. Mi aspecto debía de ser deplorable. Antes de dormirme por el cansancio no había podido evitar que las pesadillas de la película de mi vida se proyectaran sobre la hermosa luna que me cubría. Me estaba costando sacudirme la costra de perversa inercia que se había acumulado en mi piel. Había perdido veintisiete años de mi vida en un matrimonio con Eduardo, una persona insulsa de hábitos prefijados e inamovibles, un hombre de horizontes planos y orejeras ajustadas.

 

-Por cierto, me llamo Jawad, aunque aquí todos me llaman Julián. Y soy de Malí.

 

En el chiringuito pedí un café con tostada y tomate impregnado de un chorrito de aceite. Él un té servido al estilo moruno (“Ya sabes, José, en vaso recto y alto, y vertido desde la suficiente altura para que se oxigene”). Mientras desayunamos con el sol tibio del amanecer iluminando la cristalera me contó que cuando le rebautizaron con su nombre español se interesó por el origen del mismo, porque en su país todos los nombres tienen un significado específico. Le resultó curioso que así se llamara el mes más caluroso del año y que su denominación venía del nombre del Emperador romano bajo cuyo mandato se confeccionó nuestro calendario actual.

 

-En cierta forma yo también soy el hijo de un Julio César actual.

 

Ante mi sorpresa me afirmó que era el delfín del actual dirigente de Malí, que vivía en el Palacio presidencial de Bamako y que había estudiado en Francia, como todos los jóvenes de la élite maliense. Al principio me mostré escéptica con estas revelaciones, pero yo ya había visto que por sus modales educados esa persona no era un inmigrante iletrado de los que se embarcan en un cayuco para salir del agujero de pobreza de su país natal. Le hice ver que no comprendía por qué había cambiado esa vida regalada en Mali por un trabajo de playa tan duro y poco gratificante. Me contestó que durante su estancia en la Sorbona parisina comprendió que su país no era más que una dictadura disfrazada de democracia presidencialista. Su padre había llegado al poder tras un golpe de estado militar.

 

Tras licenciarse en ciencias políticas regresó a Bamako. Su progenitor quiso prepararle inmediatamente para ser su sucesor, pero la mirada de él tras lo aprendido en la antigua colonia ya no era la misma que cuando se fue. Él no iba a ser cómplice de la infamia paterna. En cuando tuvo oportunidad se escabulló de su escolta y se dirigió a la frontera con Mauritania. Allí hizo un trueque con un mercader cambiando su rica túnica por ropa árabe convencional. Cruzó el país mauritano hasta una de las playas del Atlántico más próxima a Canarias. Pagó a la mafia que trasladaba emigrantes a las Islas españolas con los euros que se había reservado de su estancia francesa. Si lograba llegar a España estaba salvado de la influencia de su padre.

 

-Fue una travesía angustiosa que algunos de mis compañeros no resistieron. En aquel barco precario aprendí el verdadero valor de la supervivencia.

 

Me confesó que durante la travesía, conversó con gente de diversos países africanos, incluso con algunos compatriotas, que no lo reconocieron porque su padre nunca lo mostraba en público por temor a los atentados. Así se enteró de las penurias por las que pasan las gentes del pueblo, mientras las élites del poder mandan a sus hijos a estudiar al extranjero con todos los gastos pagados.

 

-Aquí soy feliz. En la habitación que comparto con otros compañeros estoy recopilando de memoria los cuentos tradicionales de mi país que cuando era niño me contaba el ama contratada por mi padre para mi cuidado. Luego, desde antes de que el sol despunte, recojo los desperdicios que la gente abandona en la playa. Y a veces también despierto a personas que han pasado la noche aquí, me dijo guiñándome un ojo.

-Y ¿ya no vas a volver a Malí?

-Cuando se instaure la democracia iré a votar al candidato que más me convenza, como un ciudadano más. Yo no me presentaré porque mi apellido no creo que sea bien recibido por el nuevo Régimen.  

 

Terminado el desayuno, pagó y me dio la mano deseándome suerte. Antes de que se despidiera le hice un última pregunta:

 

-Por cierto, Jawad, ¿qué significa?

-“Generoso”, me contestó.

 

Era cierto. No solo porque me invitó a desayunar sino porque me dio gratis una lección de cómo para cambiar de vida no hace falta huir a países exóticos como yo pretendía. Se podía conseguir con unos sencillos hábitos, los de un hombre que había renunciado a los placeres del dinero y el poder en su país arriesgando su vida en un cayuco. Y que era feliz limpiando la playa del Rinconcillo y reescribiendo los cuentos que le contaba su nodriza.

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LOS VÉRTICES DE LA FEALDAD                                                                  MARÍA ISABEL RUANO

No hay fealdad que se resista

a la más sencilla flor nacida en una abrupta cuneta.

Ni a los cactus del desierto

ni a la vida que brota entre las rocas negras del volcán.

Si hasta a las aristas del cristal

las pulen las olas del mar

por qué entre la amenaza de sus cortes

vamos a encontrar fealdad.

Ni en las fauces abiertas del más fiero animal,

existe la fealdad si entre ellas adivinas su necesidad.

Ni entre los seres que confundidos

ensayan con el verbo amar

y enredan su egoísmo con la amistad,

tampoco entre ellos hay fealdad.

Ni siquiera en la decrepitud ni en la enfermedad

que muestran las grietas más dolorosas,

puedes ver nostalgia o tristeza, dignidad y aceptación,

pero no fealdad si la mirada es limpia y sincera,

si nada de ello se puede evitar.

Si amanece cada día, si podemos descansar con el sueño,

si al mirarnos al espejo la propia fealdad sabemos perdonar,

si lo volvemos a intentar en un guiño de esperanza

cualquier atisbo de fealdad desaparece.

Ante este abismo que roza siempre la fealdad

y amenaza con herirnos, me siento afortunada:

soy capaz de encontrar belleza en cualquier lugar,

en cualquier rincón de la geografía en donde

aletee un pájaro, una libélula o mariposa,

crezca un árbol, un matorral o una flor.

Con la mirada que refleja la alegría de la luz

o el sentir ilusionado del corazón.

No hay vértice feo que se resista a la bondad.