26/04/2024

ESPEJOS II

 

POR CULPA DE UN ESPEJO                                                    JUANA DOMÍNGUEZ

 

No sé cómo he llegado aquí, me miro y no me conozco. Me han contado una historia de la que no recuerdo nada.

Era fin de semana, abril, primavera, el campo debía estar espléndido, en el garaje sentado en el coche saque la guía Michelin, buscaba un destino próximo no más de doscientos kilómetros decidí. Marque un círculo desde mi posición. Al norte, iría hacia la sierra, el hayedo de Montejo no está lejos y allí podría encontrar naturaleza, comida y alojamiento.

Llegué temprano, el pueblito de calles estrechas estaba repleto de coches. Me dirigí a la oficina de turismo, me dieron un plano y la entrada al hayedo, tenía que esperar mi turno de entrada. Frente a la oficina un bar invitaba a sentarse en sus mesas al sol de la mañana, unos cuantos visitantes ocupaban las tres mesas cercanas a la mía. Revise mi mochila, tenía agua y una gorra para resguardarme del sol que amenazaba calentar a lo largo de la mañana. Estaba contento, el parque estaría espectacular y no éramos muchos para la vista guiada, por lo que nos daría tiempo a disfrutar de las hayas y las plantas que estarían brotando debajo de ellas.

Desde mi mesa vigilaba el coche, por si al dueño de la casa, donde aparque, le molestara para salir, cuando se acercará mi hora lo llevaría al parking. Y sí, el señor salió de la casa con un garrote en la mano, me levante de la mesa y fui hacia el coche.

-Señor ahora le quito el coche, perdone, aparqué un segundo para buscar una entrada para el hayedo.

Es todo lo que recuerdo.

Estoy en un hospital,  el brazo derecho con una escayola sobre el codo, la pierna izquierda escayolada hasta la ingle, la cabeza la tengo cubierta por vendas. Una enfermera me contó anoche, cuando desperté, que había tenido un accidente.

-Buenos días. Un policía está en la puerta de mi habitación.

-Buenos días – contesto.

-Soy el inspector Martínez, me han dicho que ya había despertado usted y vengo para tomarle declaración.

-Pues no le voy a poder contar mucho no sé qué me ha pasado.

-No recuerda usted el accidente?

-Pues no - le relato mis últimos recuerdos y a continuación él me cuenta lo sucedido.

Los ocupantes de las mesas donde me senté, habían prestado declaración en el cuartel de la guardia civil de Montejo.  Mientras yo hablaba con el señor de la casa, vino un camión y  me atropelló al cruzar la calle. No me vio al doblar la curva. El espejo de seguridad de tráfico, de la esquina estaba roto.

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EL INTRIGANTE                                                                                               ARACELI DEL PICO

  Era un tipo verdaderamente singular. Ojo, digo singular, que no buena persona. Más bien todo lo contrario. Había alcanzado esa edad en la que se acaricia la jubilación, como un bien preciado para hacer aquello que más te gusta. En su caso, joder al prójimo. Y lo disfrutaba con verdadera ilusión, porque es algo que llevaba ensayando desde nueve meses antes de nacer.

  Tenía tal habilidad, que conseguía sacar de quicio a todo aquel que se le pusiera por delante. Casado. Con una santa mujer, que a todo decía amén y le reía las gracias. Y así se llevaban bien. Alguna vez le había sido infiel. No porque la novedad que tuviera delante mereciese la pena, sencillamente por hacer de todo y si era fuera de los límites tanto mejor.

  Llegaba a casa y se lo contaba, medio en broma y sólo por fastidiar. Ella, ¿se lo creía? Le quedaba otra por dentro. Pero el granuja si tenía marcados dotes de seducción y de ello se valía.

  Cuando se ponía delante del espejo, cuidaba la imagen, como si de un noble se tratara. La realidad es que era un ridículo que trataba de quitarse años, vistiéndose con ropas tan ridículas como él. Entre  otras cosas se enfundada unos vaqueros rotos, que tenían más rotos que tela. Y unas camisetas negras, llenas de esqueletos y desteñidas, que no iban a tono con el corte de pelo a lo nazi, el bigotillo recortado, y él muy bien rasurado. Eso si, las orejas llenas de aretes. A lo capitán Sparrow. Las camisetas negras, le atraían de una forma especial. Le gustaba jugar con la muerte. Vamos que era un esperpento con patas. Pero peligroso.

  Vivian en un barrio humilde. La gente no siempre estaba al tanto de lo acaecido por el mundo y ahí aparecía él, inventando mil historias todas truculentas. Cierto que la situación actual en el mundo era para temblar, pero cargaba tanto las tintas, que la mayoría de las veces la gente que le escuchaba, o bien arrancaba a llorar o empezaba a sentir náuseas. Pues tal situación, le hacía sentirse grande y potenciaba su ego.

  Volvía a casa, se lo contaba a su mujer y aumentaba la dosis de terror que había producido.

-          Pero hombre por Dios, que ganas con eso, porqué haces esas cosas?

-          Pues ya ves, me gusta ver como se cagan por los pantalones abajo  los más templaos.

-          Yo que tú me andaría con ojo, igual el día que menos te lo esperes, te das de cara con alguien, que sabe de qué va el cuento y te arrea un garrotazo.

-          ¿ A quién, a mí?. Quía , no ha nacido el guapo que sea capaz de cruzarme la cara.

 

  Pero si había nacido ese guapo. Ese guapo era uno que vivía en Barcelona y a quien un vecino le había llamado para darle el pésame por la muerte de su madre. Un vecino, además, que vivía puerta con puerta con la presunta fallecida.

-          Jacinto, no sabes cuánto lo siento. De haberlo sabido hubiera ido al entierro, ya sabes que tu madre y yo, éramos uña y carne.

-          Pero que me estás contando, si mi madre está delante de mí, viendo el serial de la tele.

-          Estás seguro?

-          Como no estarlo, ES MI MADRE, la que me parió y con la que he vivido hasta que me casé y vine a Barcelona. Quién te ha dicho semejante patraña? Déjame adivinar… Ha sido el Críspulo, verdad?

-          Pues sí. Me paró en la plaza y me hizo notar que las ventanas llevaban varios días cerradas… que si era bobo, que como no me había dao cuenta y me dijo que había sio una muerte horrible.

-          De modo que una muerte horrible? Y como se la cargó ese hijo de puta?

-          Pues que habían entrao a robarla, que se resistió y la cosieron a puñalás.

-          Vaya, pues me has dado una idea. No digas ni pio a nadie de lo que me acabas de contar.

-          Te lo juro. Y mira que me alegro que fuera una patraña.

-          Y gracias hombre por tu preocupación.

 

  Dejó pasar unos días y decidió darse una vuelta por el pueblo para airear su casa y hacer una visita a Críspulo. Justo el día que invitaba a todo el pueblo, por su jubilación. Le saludó amablemente y no aceptó el vino que le ofrecía.

  El pueblo andaba en fiestas, y había una serie de atracciones populares. Y Críspulo, ya iba cargadito de vino y tambaleándose. Y le dijo:

-          Mejor invítame a una vara de algodón de azúcar, como cuando éramos pequeños.

-          Que jodío, y que lechuzo has sio siempre. Pues claro que te invito a lo que tú quieras. Y a más.

-          No solo una, tendré bastante.

 

  Una vez la vara de algodón en su mano, arrastró a Críspulo a la parte posterior de una caseta donde gritando vendían rifas.

   Le cogió por el cuello y le metió la barra de algodón por la boca, hasta dejarle casi sin respiración. Los puñetazos que vinieron después dejaron el cuerpo y lo que es peor la cara del intrigante, irreconocible. Y arrastrándole por uno de los rotos de sus modernos pantalones, le llevó a la salida de la feria, donde estaba la sala de los espejos, cóncavos y convexos. Y tiró una navaja a sus pies, diciéndole:

-          Se la dejaron olvidada los asesinos de mi madre.

 

    Con los ojos inyectados en sangre, se miró en los espejos que le devolvieron una monstruosa figura. Y con fuerza cogió la navaja.

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¿DE QUÉ TE CONOZCO?                                                                                             SANTIAGO J. MARTÍN

Cruzaron miradas. Intercambiaron raras sensaciones. Las dos pensaron que se conocían de algo y, aparentemente, ambas dejaron para otro momento seguir indagando si realmente era la primera vez que se veían o habían tenido un encuentro anterior, en esta vida, claro.

La fiesta avanzaba según lo previsto. En la intimidad de la familia cercana todo parecía más cálido y feliz. Eran apenas 15 invitados los que se habían reunido para celebrar la próxima jubilación de Felisa. En solo 20 días pasaría a “mejor vida”, acostumbraba a bromear.

Como se acercaba el verano, decidió convocar a los más cercanos, hermanos, algún sobrino y por supuesto, a su pareja, antes de que empezaran a coger sus toallas y cremas y se marcharan a la playa, olvidándose de Cuenca por unos meses.

No iba a ser una gran fiesta, pero sí quería brindar con rabia por esa jubilación que parecía que nunca iba a llegar. Lo había tenido difícil porque el tiempo que estuvo trabajando en la mercería no se lo habían cotizado. Ya sabía ella que la muy cabrona de su jefa escondía algo detrás de aquella sonrisa encantadora de experta en bragas.

Menos mal que Antón, su nuevo novio, era cinturón negro en malas artes. No en las amatorias, que era un primor, pero sí en falsificaciones, tretas y amigos sospechosos. A Felisa eso le daba igual. La respetaba, la besaba, la mimaba y no le gustaba el fútbol; ya superaba con creces la nota media de sus dos maridos anteriores.

Lástima que a esa fiesta no pudiera acudir Jacinta, la chica de Tomasín, el hijo de su hermano mayor. Lo acababan de dejar hacía un mes. Le gustaba aquella chica, tenía algo que le recordaba a ella misma. Pero en fin, el amor es así de esquivo y si no que se lo dijeran a Felisa.

No se esperaba que su sobrino se recuperara tan rápido. En 15 días ya estaba saliendo con otra mujer, y tuvo la osadía de llevarla a la fiesta. “Una por otra, tía”. No le pareció bien aquel trueque. Ella quería algo más íntimo, con rostros conocidos, aunque aquella cara, esa mirada, sí, le resultaban cercanas y no sabía exactamente de qué.

Alzó su copa y propuso un brindis. Todos la siguieron. La fiesta tocaba a su fin y el alcohol había ayudado a aumentar  las voces y multiplicar las risas. Mejor sería rematar con unas palabras.

-          Bueno, familia. Gracias por venir. En dos semanas seré libre y podré cobrar sin trabajar, como si me dedicara a la política.

Era graciosa Felisa, y todos rieron su broma, e incluso se oyó algún aplauso. Parecía que el mini discurso se terminaba, pero no, llegaron las frases que jamás debería haber pronunciado:

-          Y termino ya para dejar paso a los gintonics que, por cierto, van por vuestra cuenta. Pero antes quero dar las gracias a mi Antón. Si no fuera por cómo me ayudó a colársela a la Seguridad Social esto sería imposible. En el fondo, al final se ha hecho justicia.

Coincidieron, en pleno fin de fiesta, en el servicio. Allí tenía a la novia de Tomasín, detrás de ella, con una mirada asfixiante que veía por el espejo mientras se lavaba sus manos.

-          Ya sé de qué te conozco Felisita. Yo soy la empleada a la que colaste las falsas cotizaciones. Fue hace un par de meses. ¿Recuerdas?

Se le vino el mundo encima. Era verdad. El ligue de Tomasín era la borde de la Seguridad Social. Lo que costó engañarla. No era posible. Pero bueno, no creía que ahora ella…

Salió Felisa rápido del cuarto de baño, sofocada, medio gritando, con cara de pánico:

-          Un médico, un médico – reclamaba.

Aseguraba que la había visto allí tirada, al salir de hacer pis, y antes había oído un fuerte golpe contra el suelo. Se habría mareado.

La herida en la cabeza era tremenda. No tenía pulso. Fue una gran desgracia para rematar una fiesta prometedora de días felices.

Felisa lo tenía claro. Tener que seguir trabajando sería una condena para ella. Merecía la pena jugársela, coquetear con una condena de otro tipo. Cualquier cosa menos quedarse sin su jubilación.