ALLÍ LO TUVE CLARO. ARACELI DEL
PICO
Recuerdo el día que Eduardo, por entonces mi novio, estrenaba el B.M.V.
de sus sueños, un biplaza descapotable, de color rojo que provocaba envidias,
era bonito pero bonito de verdad.
-
Donde
quieres que vayamos a estrenarlo?
-
Es
tu coche, tú eliges.
-
Quien
yo?
-
Si
tú.
-
No
mi amor, por favor, elige tú.
-
Vamos
a La Pedriza?. No está lejos y así le haces algo de rodaje. Lo conoces, verdad?
-
Quien
yo?. Nooo.
Ay que fastidiarse, viviendo en la plaza
de Castilla, madrileño y mi entregado caballero, no conocía la Pedriza. Y allí
enfilamos. Y para ser justos, pasamos un día de lujo. Triscamos arriba y abajo.
Nos bañamos en la Charca Verde. Comimos en el mejor restaurante cercano, que
previamente yo había reservado. Y sobre un incómodo colchón de piedra, cubierto
por unas toallas, ejercitamos el verbo amar, en casi todos sus tiempos. El
presente continuo (tan Inglés), fue el que más practicamos.
Era un día de junio. La luz del atardecer
ya se apagaba y decidimos volver a Madrid. Y en el trayecto, me suelta:
-
Gracias
Cris, no recuerdo un día más feliz en toda mi vida. Es un lugar maravilloso,
para venir aquí todos los domingos… Oyendo aquello, aún no se, como no me tiré
del coche en marcha. Todos los domingos al mismo lugar… con lo amplio que es el
mapa.
Pero confiada y mema, seguí adelante. Tenía
la equivocada idea, de que a mi lado maduraría. ¡Y una mierda! Seguro de que
las castañas del fuego las sacaba yo siempre, cada vez se apoyaba más en mí. Y
ahí empecé a espabilar. Y para ponerle un poco de guindilla a la vida, tuve
algunos escarceos. Uno de ellos serio. Serio, interesante y divertido. Del que
no me arrepentí jamás, a pesar de tener que sortear alguna situación
comprometida.
Eduardo gozaba de buena salud, pero iba
teniendo una edad y mira por donde, le ingresamos por un fuerte dolor. Resultó
ser una apendicitis aguda, que requirió inmediata operación.
Se acercaban las vacaciones y mi marido,
tenía hecha reserva para viajar a Fuengirola. Nada extra fuera del guión. Pero
llamaron de la agencia para anular la reserva. Con disculpas me dijeron que no
estaba disponible la plaza solicitada. Y ahí entré liza, para intentar cambiar
los originales planes. Fui donde Ana, mi amiga y confidente y me sugirió un
cambio radical. Podía hacernos una reserva a Cabo Verde. Era un sitio ideal,
todavía salvaje y puro y por ende muy barato.
Me lo adornó con tan armónico entorno, que
me hubiera ido al aeropuerto, sin pasar por casa a preparar el equipaje. Así
que en veinte días, Eduardo estaría convaleciente de su apendicitis y los
cuatro, los gemelos y nosotros instalados en un precioso resort a pié de playa.
Se me hizo eterna la espera. Nunca he mimado tanto a mi indolente marido
como en esa convalecencia. Se recuperó pronto y bien y se dejó hacer COMO
SIEMPRE. En esta ocasión se lo agradecí de veras.
Recalamos en la isla de Santiago, la más animada de todas. Allí se fundó
la antigua capital Cidade Velha. Pero la capital actual, es Praia. Lugares
pintorescos, como el fuerte Real de San Felipe, sobre una colina, y la vista de
sus muchas playas, casi todas vacías, hicieron que mis pulmones se abrieran en
una curiosa mezcla de paz y excitación. Hacía tiempo que no me sentía tan
relajada y tan ansiosa por descubrir nuevos rincones.
El archipiélago de origen volcánico,
consta de 10 islas, todas habitadas menos una, se ubica en la costa N.O
de África. Y un ferry, por una cantidad
irrisoria de escudos de Cabo Verde, te traslada de una a otra, en breve tiempo.
A los días de estar allí, lancé la idea de visitar Boavista.
-
Pero
que necesidad hay de movernos de aquí, si estamos en la gloría?
-
Tienes
razón. Qué necesidad tienes de moverte de aquí, si estás en la jodida gloria?
-
Pero
a que viene esa respuesta tan grosera?
-
Viene
a que yo si me voy mañana a Boavista. Si tu quieres mantenerte en esta gloria,
te quedas tranquilo y los dos felices.
Me dirigí a los chicos, tan diferentes en
rasgos a mi marido, aunque Julio, gracias al mimetismo, tenía mucho de él. Uno
decidió quedarse. Marcos vendría conmigo. Le dije:
-
Estupendo
me hace ilusión que me acompañes. Pero recuerda, hay que madrugar a las seis arriba. El ferry
sale a las siete y media.
-
Ah
no, entonces no. He venido de vacaciones, no a pegarme la gran madrugada. (otro
“aburguesao” pensé. Mal vamos)
-
Estupendo,
os quedáis haciendo compañía al convaleciente. Y yo a la vuelta tendré algo que
contaros.
Subí al ferry cargada de ilusión y me
apoyé en la barandilla, Un viento fresco y reparador movía mis cabellos
acariciando mis mejillas, como el más tierno de los amantes. Me froté las manos
y sentí el frio de la alianza en el dedo anular. Froté un poco más y resbaló entre mis dedos.
Un hombre de cierta apostura observó el detalle y me dijo.
-
Siento
que estará preocupada, se le ha caído un anillo de sus dedos.
-
No
estoy preocupada. Estoy aliviada. Y no se me ha caído. Lo he tirado yo.
-
Permítame
que me presente. Soy Joao. Los alisios vienen más frescos de lo normal esta
mañana.
Se quitó su cazadora de lino. La extendió
sobre mis hombros y no retiró sus brazos. Ni yo quise que los retirara.