20/09/2024

ESCRITO BAJO CALOR EXTREMO 2

 

TERMINA EL VERANO                                                           MARÍA ISABEL RUANO

 

Julio y agosto,

un mismo compás.

Buenos momentos,

silencio y soledad.

Largos paseos,

pocos baños en el mar.

En la piscina,

el agua muy fría.

Calor por todas las esquinas,

mermada la libertad.

Cerradas las ventanas,

la casa como refugio,

el abanico como aliado.

Flotan los recuerdos

por las calles vacías.

Naufragan las ausencias,

la amistad, los abrazos,

los viajes soñados.

Se filtran por las puertas,

las cortinas echadas,

las persianas bajadas.

Dificultad para escapar.

Refresca en septiembre,

subo las persianas,

limpio los cristales,

lavo las cortinas.

A mirar me paro serena,

la calle y el río,

a los niños jugar y reír.

Dejo que el aire entre en la casa.

Me visto de naranja y blanco,

de añoranza morena

en la orilla del mar.

Salgo a la calle,

Camino segura.

Termina el verano.

Septiembre me da paz.


 

ESE AMOR EN CONSERVA                                                    SANTIAGO J. MARTÍN

Me llamó la atención el olor a vacío, la sensación a cosas perdidas que me invadía desde que abrí la puerta de cristal, sucia, llena de pegatinas diversas y todavía con huellas superpuestas de los últimos clientes o quizás de los propietarios.

No había luz y con esa semi penumbra de las ocho de la tarde de un profundo septiembre, me empecé a mover con torpeza por el local.

Choqué al principio con varias mesas que parecía que habían sido colocadas a modo de barricada. Pero no, no era verdad. Mi atolondramiento ayudaba a trastabillarme y sobre todo mi falta de atención. Mis ojos no se separaban de aquella pared.

Buscaba con ansiedad lo que no veía. Allí, en su momento, había un televisor, estaba seguro. Me recordaba plantado con mi Mirinda en la mano y comentando, con el primo Joaquín, La bola de cristal.

No, no había televisión, ni rastro de ella, ni siquiera una estantería vacía. Estaría equivocado. Son tantas las cosas que se desvanecen, que se exageran con el tiempo. A veces pienso que estamos prisioneros de nuestros recuerdos, que cambian a su antojo los devenires del tiempo.

El mostrador había encogido. En realidad era una barra normal y corriente, pero en aquellos tiempos para mí era la barrera prohibida a la que solo llegaban los adultos, que recibían como premio vasos y vasos de alcohol diverso. Mi padre y mi tío entre ellos. Mucho alcohol.

En una esquina estaba ella. Muy deteriorada, envejecida, rota, ennegrecida, sin la vida que había llegado a tener. Los ojos que la miraron puede que no la echaran de menos. Yo sí. No he sido muy de Marilyn como actriz, pero ese póster, ese póster, es parte de mi vida.

El bar estaba cerrado desde hacía más 20 años. Evidentemente allí limpiaban de vez en cuando, aunque solo fuera por aquel cartel de se vende.

Durante todo este tiempo nadie había tenido el coraje de emprender un negocio sobre las cenizas de lo que fue El extremeño en aquel barrio. Y yo no iba a ser una excepción.

Mi curiosidad, el deseo de buscar sonidos que habían desaparecido, la huida de ese rincón sin ley, donde para llegar, a veces, había que dar patadas a las jeringuillas, y sobre todo, lo más importante, que me encontré con el Míguel, el nieto del dueño, en un concierto de Estopa. Y sí, tenía las llaves del local y claro que me las dejaría.

Cuando vi la hoja del calendario de 2002, a punto de caerse definitivamente del mundo del tiempo medido, me di cuenta que allí también era septiembre, que nuestro verano ya había pasado en todas las dimensiones.


 

ADIÓS VERANO                                                                     JUANA DOMÍNGUEZ

 

Otro verano vivido,

una semana le quito.

Días de cambio y de ocio,

obligaciones ninguna

placer y descanso solo.

Playa de agua caliente,

arena fina y dorada.

Un año entero de espera

para sorber sus bondades.

Dar paseos por senderos

que cuelgan de un  precipicio,

que marea si te asomas.

Sombras de pinos y  arbustos

en subidas y bajadas.

Paisaje a vista de pájaro,

del mar infinito azul

en una acristalada torre.

¿Volverá otro verano

para de nuevo pisarle?


 

         ACUMULATIVO                                                                        ARACELI DEL PICO

 

  Ando buscando la palabra propicia para explicar el verano voraz que he disfrutado. Quizá la he encontrado en el título? Sí, no la retiro.

 

  Voraz, si, se ha tragado sin piedad cada uno de sus días y poniendo en todos ellos tanta pasión y empeño, que sin pensarlo el calor disminuye su intensidad, nos trae el otoño y yo sigo envuelta en un cúmulo de sensaciones muy especiales. Resbalándome por un tobogán de luz que disminuye su intensidad pero mantiene despiertas sus constantes.

 

  Un junio frio, dejó escapar los primeros baños. Pero la estación implacable, aquella que deja las ciudades semivacías se presentó de un día para otro. Aeropuertos, estaciones, carreteras e ilusiones vertidas en otros destinos, desfilaron sin freno.

 

  Todo a nuestro alrededor discurre rápido. La edad por ejemplo. Miras tus fotos de niña, pequeñitas en blanco y negro, luego las del cole, más grandes y aún en blanco y negro, las de adolescentes, ya en color. Diapositivas, y llega el teléfono móvil, que en su interior tiene mil ciencias, entre otras las de fijar tu imagen, cuantas veces quieras; borras, repites, aumentas. En fin, vas viendo los cambios de tu anatomía, con unos ojos, que han disminuido su brillo y su tamaño.

 

  Esos cambios, son definitivos. No es una estación que se va y vuelve en 365 días. Pero nada de esto es nuevo. Lo vas asimilando poco a poco y si le echas un poco de talento, acoplas las circunstancias inevitables a tu entorno y logras el mejor de los veranos. Ese ha sido el mío.

 

  Cambiaba de decena y reuní a los cercanos en distintas ocasiones. Julio es mi mes. Primero en el propio día, con la familia. Y en agosto con mi familia creada. Nunca hubo tanto calor ese tres de agosto. Nada que ver con la temperatura, que era alta. Era un calor armónico y lleno de cariño. Pero eso existe? Ya lo podéis jurar, ESO EXISTE. Y en la casa familiar de campo, nos reunimos todos.

 

  Una vorágine, que se repartió, entre vinos, cervezas y un vermut extra delicioso. Tapas y comida campera, rematada con su champagne. Mientras el azul del agua, nos llamaba al chapuzón inevitable.

 

  Pasaron unos días y me regalé un sueño. Mi viaje a las antípodas. Nada me decepcionó en su recorrido. Por fin pisé las tierras rojizas del Uluru, en el centro del desierto Australiano. Ayers Rock se alzaba majestuosa. Y su tierra se ha fijado en la suela de mis botas, que no pienso retirar. También unos zapatos deportivos, con restos de arena blanca de las playas desiertas.  Y las plantas de mis pies se han suavizado paseando por la costa de coral, en Craims.

 

  Y esa llegada a Sydney, aproximándome a los gajos de naranja, donde se inspiró su arquitecto para levantar el más hermoso teatro de la ópera. Muy cerca el Harbour Bridge una elipse única. Podría describir con detalle, cada una de mis sensaciones, tales como acariciar la piel de los marsupiales, que se dejaban hacer complacidos mil carantoñas.

 

  Claro que podría detallar mil cosas. Pero eso, será un relato aparte. Ya en otoño. El verano de 2024 se va. Y quiero dejar bien claro mi agradecimiento.