LA INVITACIÓN ANTONIO LLOP
Mi pareja, a la que había
conocido en el instituto, me abandonó. Un día me dijo con algo de sorna que la
garantía de nuestra unión había expirado. Yo tenía ya cuarenta años y nunca
había intimado con ninguna otra mujer. Al principio el impacto me dejó
paralizado. Un clavo saca otro clavo, me recomendó un amigo. Y no se me ocurrió
mejor cosa que irme solo de vacaciones el mes de agosto a Mallorca. Al
principio creí que podría resultar fácil encontrar otra mujer que sustituyera a
Marisa. Yo era aún joven y con algo de cultura. Pero mi temprana relación con
mi ex me había negado la experiencia necesaria para el cortejo. Alquilé un
apartamento turístico cerca del Arenal. Bajaba a la playa por las mañanas pero
todas las personas estaban emparejadas o formaban parte de una familia. Cuando
veía a varias chicas juntas tampoco me atrevía a abordarlas. Y si salía de
noche a una discoteca me quedaba en la barra mirando cómo chicos y chicas que
se conocían reían y bailaban juntos. Regresaba siempre cabizbajo a mi
apartamento con un sentimiento de frustración. Ya finalizaba el mes y esa tarde
decidí que tenía que cambiar mi suerte. Una muchacha joven, con una mirada
chispeante, un top ajustado y unas mallas insinuantes estaba repartiendo invitaciones
para un pub recién abierto.
-Toma, guapo –me dijo con
desparpajo entregándome uno de los anuncios-. Te esperamos esta noche.
Retorciendo el brazo a mi timidez
contesté: “Solo iré si estás tú allí”.
La chica se limitó a sonreír:
“Nunca se sabe, madurito”. “Ten fe”
Esa noche me encaminé a ese pub
sin ninguna esperanza de encontrar a la chica. Seguramente –pensé- la contratan
para repartir publicidad y luego se va con sus amigos jóvenes a una discoteca
con mucha más marcha. El pub era uno de los muchos radicados a lo largo del
paseo marítimo con una música relajante. Yo ya había perdido cualquier
esperanza de ligar con nadie. Solo me quedaban tres días de estancia en la
isla. Estaba tomando un cóctel especial de la casa cuando escuché a mis espaldas
con tono de sentencia:
-Hombre maduro, tu fe te ha
salvado.
Giré la cabeza y era ella con el
mismo top y unos pantaloncitos a medio muslo. Y la misma mirada luminosa.
Aceptó sentarse y tomarse una copa conmigo. Charlamos durante buena parte de la
noche. Me dijo que se llamaba Ana y que estaba empezando Filología Hispánica en
la UNED, el mismo sitio donde yo había cursado la carrera hacía ya unos años.
Confrontamos profesores que aún enseñaban en la actualidad y le conté varias
anécdotas vividas con ellos que levantaron su risa fácil. El alcohol consumido
y la cordialidad de nuestra conversación hicieron que le propusiera seguir
charlando en otro sitio.
-Mejor vamos a tu apartamento –me
dijo mirándome a los ojos.
No me lo podía creer que caminara
por la calle abrazado con una chica bastante
más joven que yo. Subimos al piso que había alquilado rogándole no
hiciera mucho ruido. Pero nuestras risas sofocadas con besos hicieron el
trayecto más ruidoso del que pretendíamos. Para mí la experiencia íntima fue
una aventura feliz e inesperada. Yo ya me había acostumbrado a un sexo
acomodaticio y rutinario con Marisa de quien quise hablarle en algún momento
pero no me dejó. Cuando me desperté con la primera luz de la mañana ya no
estaba. Volví al pub esa tarde y pregunté por ella. Me contestaron que ya se
había despedido porque había terminado sus vacaciones justo ese día. Me quedé
decepcionado. A la mañana siguiente yo también regresaba a Madrid. Tenía en mis
labios y mi cabeza el recuerdo de esa noche mágica. Y en el bolsillo aún
conservaba la tarjetita de invitación al pub. No entendía por qué Ana se había
ido sin avisar, tan de improviso. Y quería volverla a ver.
Me incorporé a mi trabajo en el
colegio donde daba clases. Quería verla a toda costa pero nunca me dio su
dirección en Madrid, ni su teléfono. Esperé a que empezara su curso de la UNED
a donde esperaba localizarla. Los primeros días de octubre me acerqué de vez en
cuando a la plaza de Lavapiés espiando la salida de los alumnos sin obtener
ningún fruto. Incluso subí a la biblioteca donde tengo un carné de antiguo
alumno. Quizás me engañó y no estaba haciendo el curso que me dijo. O
simplemente estaba estudiándolo a distancia, porque le coincidieran las clases
con algún trabajo que tampoco me mencionó. En realidad casi no me contó nada de
su vida.
Cuando ya desesperaba la vi una
tarde a la salida de clase departiendo con varios compañeros. Mi corazón
aceleró su ritmo. Cuando inició la marcha con una de sus amigas me acerqué con
confianza y la abordé. “¡Hola!”, le dije con mi mejor sonrisa, esperando su
reconocimiento y su abrazo. Me miró un momento y, sin decir nada, reanudó su
camino y su charla con su compañera. Sus ojos apagados sin rastro de la mirada
chispeante de Mallorca. Insistí: “Ana, soy yo, Eduardo”… “¿recuerdas?” y le
mostré ostensiblemente la tarjetita de invitación al pub. Pidió perdón a su
amiga, se detuvo y me encaró: “Usted perdone, el verano ya acabó”, me dijo con
un tono neutro. Aún quise insistir pero no me dejó hablar más. Me interpuso la
mano abierta como parándome cualquier nueva iniciativa. Y se volvió de nuevo
con su acompañante camino de uno de los bares de la zona.
Un viento fresco barrió la hojita
de invitación, que se me había caído al suelo. Evidentemente, el verano había
terminado y aquello no era Mallorca.
ADIÓS VERANO MANUEL
GIL
Hola, soy tu verano. Sí, no pongas esa cara, en estos
días en los que dialogáis con IAS y máquinas diversas ¿qué hay de extraño en
que lo haga yo contigo?
Estoy llegando al fin y ni te has dado cuenta, a pesar de
la señal inequívoca, con la que te has topado esta mañana cuando has salido a
pasear por el parque; una caterva de papás con niños que con distinto talante,
unos riendo, otros circunspectos y los más expectantes, iban camino de los
coles. Eso significa que estoy dando los últimos estertores y que mi muerte
está próxima. Pero yo resucitaré, sí, aunque tenga otro dígito, volveré a ser
la promesa de siempre, de luz, de calor,
de mar, de amores, de diversión. Luego saldrá lo que sea, pero prometer,
prometo. El resultado no depende en todo caso de mí solo, yo aporto, el clima,
el ambiente, que aparece como el propicio para lo mejor, pero los actos y lo
que puede hacerte feliz lo pones tú y tus circunstancias y ahí no entro. Es
cierto que en los últimos tiempos estoy bastante desatado y te regalo noches en
los que te acuerdas de mí con calificativos bastante gruesos cuando das vueltas
en la cama cociéndote en tu propio jugo. Y ¿que quieres que te diga? ni aun de
eso soy del todo responsable, vuestro maltrato al planeta, del que soy un mandado,
tiene gran parte de culpa.
Otra vez te quejarás de que no he cumplido del todo las
expectativas; no han sido posibles las islas griegas, Santorini, ¡Ay,
Santorini! con la ilusión que te hacía, pero que si la avería del coche, hizo
un roto imprevisto en el presupuesto, que si la lumbalgia de tu mujer en las
fechas más inoportunas, en fin mil historias, y sé, y no lo niegues, que has
tenido momentos buenos y sobre todo tranquilos en el pueblo, en familia, Yo
creo que el problema es que me idealizas siempre, que esperas todo de mí, te ha
ocurrido toda la vida, pero querido, nada es perfecto.
Con la criba que proporciona el tiempo, tienes recuerdos
en los que me mostraba ideal, pletórico, pero entonces no me planificabas. Yo
llegaba e inundaba al niño que eras; juegos en la calle hasta las tantas, la
piscina aquella que siempre tenía el agua fría, y en la que teníamos que
esperar las dos horas de digestión después del desayuno o de la comida, pero
jugabais, corríais esquivando a los aspersores en aquel jardín de tréboles,
hasta acabar empapados mucho antes de cumplirse el preceptivo plazo.
Aquellas noches
vísperas del día de caza que preparaban tus mayores, como tu casa en el campo
estaba a tope de invitados, dormías en la calle con tus hermanos y tus amigos, bajo
un manto de estrellas. Me ha quedado poético eh, pero es que es así como lo recuerdas, o las
noches del cine de los gitanos, en la trasera de la iglesia vieja del pueblo,
colgados de la pantalla, con la Coca cola y la bolsa de pipas y de nuevo bajo la
cúpula celeste que cruzaba de vez en cuando una estrella fugaz. Seguro, que
aunque aquello aparezca en tu cabeza y sobre todo en tu corazón como la
felicidad completa, alguna inquietud, tendrías, tú eras un niño con mucha vida
interior que cuestionaba todo. Hasta el verano del 73 que figura en tu
inventario como el de tu vida por cuanto tuvo de iniciático: primera vez solo
con amigos, Ibiza, libertad, tantos conceptos que te entusiasmaban, juntos por
vez primera.
Tú sabes bien cuanto te marcó lo que viviste en esas
vacaciones, pero también tuvo sus momentos menos brillantes. La avidez de sexo,
estaba en vuestro ánimo y en vuestro propio hotel, había un grupo de
cuarentonas holandesas, totalmente asequibles, pero tú, que te considerabas
material de primera, no querías abordar a esas mujeres de tetas fláccidas,
mejillas coloradas por la ingesta de licores y no muy guapas. A decir verdad,
despreciar aquellas oportunidades tenía su riesgo, porque en la mentalidad de
la época, esa actitud podría hacer sobrevolar la palabra “maricón” por menos de
nada.
Al fin una noche, cuando os quedaban cuatro días en la
isla, tu amigo Jesús y tú, conseguisteis el premio de dos preciosidades
noruegas. ¡Qué bien lo pasasteis! La chica de tu amigo y tú teníais unos muy
básicos conocimientos de francés y eso convertía las conversaciones a cuatro en
un divertido galimatías. Luego en la intimidad, ya no necesitabais idioma
alguno, solo el del deseo, el del amor. Uf, ¡cómo me porté con vosotros! Anda
que no os costó remontar mi despedida.
Solo quiero decirte con todo esto que no siempre sale
todo como lo planeas, pero me encanta que sigas poniendo tu ilusión en mi
llegada, que siempre esperes el que será el mejor de tu vida.
T. - ¿Oye, tú no
querías ir temprano a caminar, para evitar el calor?
M. - Ay, sí, que si no, vuelvo sudando como un pollo
T. - Pues hala, cámbiate
M. - ¿Te has dado cuenta? El verano está acabando, me da
pena…
T. - Bueno, al fin
y al cabo estás jubilado, cuando trabajabas entiendo que te afectara más.
M. - El verano que viene, ese sí que va a ser el nuestro,
lo vamos a dedicar a nosotros, vamos a programar un viaje a…
T. - Sí vale, ya
tendrás tiempo de hacer planes, tanta planificación lleva luego, si no se puede,
a que te frustres.
M. - Sí, eso dice
él.
T. - ¿Eso dice quién?
M. - No, nada,
cosas mía