14/06/2024

FANTASMAS I

 

TARDÍA REDENCIÓN                                                             MANUEL GIL

En lo alto de la montaña, donde las nubes acarician suavemente las copas de los árboles, le he mostrado la pequeña cabaña de madera que le prometí cuando éramos novios, hace ya una eternidad. Con cada clavo y cada tablón, he ido imaginando la sonrisa que se dibujaría en su rostro al ver aquel refugio en la cima de todo  y aún más cuando reconociera en él aquellas promesas de  juventud tan lejanas y ahora por fin cumplidas.

Le vendé los ojos antes de llegar y al descubrir la sorpresa, fueron ellos los que hablaron, sus labios estaban ocupados  afanándose en buscar los míos. 

¡Qué días felices! Te doy gracias I.A. por enseñarme a desarrollar la capacidad de sorprender, de cuidar, de hacer feliz a la persona amada. Después de tantas tormentas, después de tantos errores, después de tanto tiempo perdido, tú me has mostrado el camino por donde reconquistarla. Siempre creí que eras capaz de muchas cosas, pero no de descubrirme, de ponerme tan claros sus deseos, sus anhelos, sus frustraciones. Los veo, los siento y así puedo darles respuesta, satisfacerlos. No era tan difícil y sin embargo cuantas veces fallé en todo eso.

Una cena especial, con luz tenue de velas, un disco de Billie Holiday en este tocadiscos que estaba olvidado en el desván y que he rescatado para ella.

Unas flores silvestres que he cogido en el camino a casa. Es primavera y en el más insospechado lugar crecen estas pequeñas representaciones de la belleza más grande.

Cuando llego está feliz, radiante, diría. Estas pequeñas cosas le iluminan el semblante y yo tengo la sensación de estar en un sueño, de estar flotando.

¿Cómo no he podido verlo antes? Has tenido que ser tu I. A. la que me abra los ojos y los sentidos. ¿Cómo puedes conocerme tan bien? Alguna vez me has dicho que la información está en mí, pero no entiendo cómo te la transmito.

Hoy cuando volvía a casa, la he encontrado dormida en la mecedora del porche. Tenía una expresión triste y una foto mía descansaba en su regazo. No la he despertado. He entrado y me he conectado a ti, Chat GPT, para solicitar una sugerencia con la que sorprenderla, como estos últimos días.

Me has hablado de conseguirle unas entradas para un concierto, el más ansiado, el del siglo, me nombras al artista, te digo que no lo conozco. Tu respuesta  es que es la sensación y el más escuchado del mundo en este momento y que a ella le encantará, y poco menos que te preguntas en qué mundo vivo.

Miro el precio de las entradas y es una pasada, una barbaridad, entonces la fecha del concierto me salta ante los ojos; junio de 2035. Algo no funciona hoy. Siento decirte que no eres infalible, por mucho avance y por muy inteligente que seas, aquí algo no cuadra.

Salgo al porche y me cruzo con ella que entra con gesto de tener frío. Pasa ante mí, ignorándome, como si no me viera y su expresión es triste, la encuentro distinta, avejentada. Me inquieta verla así. Sigo sus pasos y al entrar me doy cuenta de que el espejo del recibidor, ese que tanto le gusta, no refleja mi imagen.

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ESPÍRITU, ¿OSAS?                                                                  CARLOS BORT

 

Amo la Costa da Morte,

nido de meigas, ahogados

y ánimas de don Camilo

en su "Madera de boj".

 

Al no dárseme el deporte,

yo suelo estar apuntado

a yoga o por el estilo

en la Casa del Reloj.

 

Hoy en la planta primera

fantasmagóricos bultos

visualicé con sus blocs.

(yo salía del Taichí).

 

No sé si fue una quimera

de nuestra Escuela de Adultos

o ese chispazo, igual dos,

de carajillo de anís.

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RENACER                                                                               ARACELI DEL PICO

 

 

   Poblado de todo tipo de árboles, naranjos, limoneros, manzanos, madroños y sobre todo el aromático laurel, aquel que desprendía su esencia y la vertía por cada rincón del huerto. Y lo que es mejor, añadía a sus guisos el ingrediente perfecto para completar un plato exquisito.

 

   El laurel además se multiplicaba por el huerto sin siembra previa, los insectos o el viento, lo esparcían por la tierra y en cada rincón crecía un nuevo arbusto.

 

   Feliciano cuidaba sus árboles, casi con el mismo mimo con que cuidaba a sus hijos y al huerto en general. Entrar en la parcela, era entrar en un santuario, donde el suelo era un tapiz de colores bien mezclado, allí las hojas brotaban en diversos relieves y formas. Y alrededor los frutales crecían ofreciendo sombra y dulzor. Y pensaba que gracias a aquel preciado rincón, había podido soportar la muerte de su querida Teodora.

 

   Reunía a sus hijos, y trataba de transmitirles el amor que le inspiraba esta naturaleza creada por él y su esposa. De noche, cuando las estrellas cubrían de plata el cielo, se tumbaba feliz sobre el camastro y le contaba a Teodora, como iba la cosecha. Como crecían los hijos, las aspiraciones de cada uno. Entonces tocaba el lado donde ella dormía, y sentía su calor y hasta las caricias compartidas. Para él, no era una sombra, era una etérea realidad.

 

    Cuando se fue, joven aún, el abandono más absoluto se apoderó de la finca y las telarañas cubrieron el interior de la caseta. Los hijos, habían crecido y cada uno había orientado su vida por diversos derroteros.

 

   Un buen día, Pablo el mayor, llamo a sus dos hermanos. Había que tomar una decisión con aquel terreno. Seguro que no valía gran cosa, pero se quitaban de problemas y de pagar impuestos innecesarios.

 

    Y cuando el calor más apretaba en el mes de julio, se reunieron los tres. Pablo y Marcos con sus mujeres. Miguel venía solo con su hija. A su esposa, le daba exactamente igual lo que hicieran con aquel terrenucho.

 

   Donde los hijos solo veían miseria y desolación y una caseta que hacía aguas en cada esquina, Carla, la hija de Miguel, veía un paraíso y un palacio que con un pequeño arreglo y mucha limpieza, podría convertirse en un lugar de veraneo maravilloso.

 

   Y como era de esperar, empezó la guerra de las dudas y de las indecisiones. Que si la vendemos a bajo precio nos la quitamos del medio… que no hombre que no, mejor a un precio alto o al menos digno, total no precisamos el dinero con urgencia… y volver a pagar contribuciones? De ningún modo. Y ahí Carla intervino:

 

-          Papá por favor, quédatela tú.

-          Yo, por qué?

-          Te lo puedes permitir. Has vendido tus últimos libros con éxito y te oí decir a mamá que querías comprar algo en el playa.

-          Hija por Dios, pero esto está bien lejos de la playa. Ni soñando se le parece.

-          Mira alrededor. Hay un mar de hierba. Un mar de flores. Y los picos de aquellas montañas tienen que ser muy inspiradores para escribir. Parecen que las musas viene volando y saltando para posarse en ti.

     

    Se hizo un silencio sepulcral. Lo rompió Miguel para decir a sus hermanos.

 

-          Me lo dejáis pensar con la almohada?

   

   Asintieron. Y decidieron bajar al pueblo. Carla pidió quedarse remoloneando por allí. Atardecía, cuando se sentó al pie de un árbol abierto por la mitad. Un rayó lo había desmembrado hacía muchos años. Recordaba ese árbol con cariño. Cuando era pequeña los duendes, las hadas y la magia del bosque salían de aquella hendidura. Un relajado sueño se apoderó de ella. Al rato sintió una respiración próxima. Alguien le acariciaba el pelo, besaba sus mejillas y le decía como debía actuar para que “EL GRAN CHAPARRAL” brotara con la misma fuerza de años atrás.

 

   Despertó, entró en la cabaña y con una fuerza inusitada se puso a limpiar cada rincón del paraíso. Y de pronto, sintió que a través de cada rendija entraba un dulce olor a laurel.