10/05/2024

DE LEYENDA II

 

REGRESAR DEL MÁS ALLA                                         JUANA DOMÍNGUEZ

Fernanda paso unos días ingresada en mi planta. Vino muy perdida y con unas heridas terribles en la espalda, balbuceaba, hablaba sin parar repitiendo siempre lo mismo. Otras veces gritaba aterrada. Nadie venía a  verla, y me dolía que estuviera tan sola, así que pasaba con ella todo el tiempo que mi trabajo permitía.

Un día, que me pareció estaba más tranquila, me contó que fue una tarde a visitar el cristo de la iglesia de los carmelitas. Al salir de la iglesia se encontró en medio de un prado con una laguna pequeña en el centro.  Yo la contradije. No, a usted no la han traído desde el campo, la encontró el SAMUR en la plaza del Carmen. Tenía un golpe en la cabeza y varias cornadas en la espalda.

-¡Como voy a tener cornadas! Se lamentaba, si yo no recuerdo haber visto ningún toro, lo que si vi, fue un monstruo que salió de la laguna, aterrada corrí hacia la iglesia, sentí un fuerte golpe en la espalda y debí desmayarme, cuando desperté estaba aquí con usted.

Aquello sonaba a que seguía perdida en sus delirios. El primer día que libré en el hospital, fui hasta la plaza del Carmen, tenía curiosidad por lo que me relataba Fernanda. En la plaza no existe ni laguna, ni ningún prado, la pobre mujer está peor de lo que dicen los médicos, pensé. Me dirigí a la Gran Vía, y mi sorpresa fue mayúscula. En la esquina de la calle un mosaico reza “la abada” como nombre  de la calle y el dibujo de un rinoceronte ¡Un cuerno solo!  Fernanda tiene varias heridas de cornadas. Y son todas iguales, de un solo un cuerno.

En la biblioteca busqué información del porqué del nombre de la calle. No podía ser que Fernanda hubiera vuelto del pasado, era imposible que un rinoceronte la hubiera corneado en la plaza del Carmen, en estos días. Esperaría al día siguiente para verla e intentar descubrir lo que le había pasado en realidad.

Llegué al hospital temprano, quería hablar con Fernanda antes de comenzar mi jornada. No estaba en su habitación, nadie la había visto.

Me han ingresado en la planta de psiquiatría, pero no estoy loca, Fernanda estuvo conmigo varios días, volvió para contarme que un rinoceronte loco la atacó.


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DONDE LOS OJOS NO ALCANZAN                                        SANTIAGO J. MARTÍN

Llegué a casa molida. Fue un día cargado de emociones explosivas. Si tuviera que dar un veredicto de la felicidad obtenida, diría que fue una jornada de mierda, pero valorando momento a momento, cierto es que los hubo geniales. Yo voy, lo cuento rapidito que me quiero meter en la cama ya, y luego que cada cual se aplique la receta que vea necesaria.

 

Mi jefa se llama Urbana. Trabajo para una empresa de limpieza, desde hace 3 años. He tenido que soportar durante este tiempo todo tipo de suciedades, de dentro y de fuera. Pero para que os hagáis una idea os voy a contar retazos de Urbana, lo que yo sé, lo que a mí me incumbe.

 

Ella, Urbana, fue una de las personas que fundó en 1993 la empresa Limpiezas Ruiz. Ruiz es el apellido del que entonces era su cuñado. Luego vendría, según me han contado, la separación de su hermana y otros aconteceres que no vienen al caso.

 

Pero antes de esa separación ya habían emprendido caminos distintos Urbana y el tal Ruiz. Hacia 1995 la empresa no pitaba. Atendía varios colegios del barrio de Orcasitas y alguna oficina de Carabanchel. La administración del negocio no era buena y a ello contribuía la poca preparación de los empleados, entre ellos, Urbana, que no tenía ni puñetera idea de balances  y ahí estaba como una reina al mando de la contabilidad.

 

Menos mal que un día apareció uno de los gigantes del sector, la empresa Leyend. Afortunadamente no se dedicaban a las clases de inglés, en un primero momento, pero bueno el juego de palabras formado por las primeras letras de los nombres de sus socios era zafio aunque sonaba bien. Leandro y Endika fundaron una compañía que dedicaba un poco a todo, en Bilbao, en los años 80. Estos sí sabían lo que hacían, al menos en los negocios. En 10 años tenían a su cargo la limpieza de los colegios de media España, y últimamente extendían sus servicios al catering y la oferta cultural variopinta. El milagro de trabajar con la Administración era un hecho palpable en Leyend.

 

Luego Leyend se quedó con Limpiezas Ruiz. La historia me la contó, tal cual la propia Urbana. Bueno tal cual no, tuve yo que hacer unas cuantas búsquedas en Google para enterarme bien. 

 

Como es costumbre, el nuevo patrón del negocio de limpieza, subrogó, se quedó con las limpiadoras (eran todas mujeres) y prescindió del equipo directivo, que para eso ya tenían ellos una potente maquinaria de conseguir adjudicaciones. Es decir, todos a la p… calle. Y ahí es donde a Urbana se le ocurrió la brillante idea de colarse en el organigrama como encargada de limpieza y poder seguir optando a pagar el apartamento que se había comprado en Legazpi.

 

Y una vez que la tenemos situada, resumo, que si no me duermo, vaya día llevo hoy. Aparezco yo, que llegué hace 3 años, como ya dije. Pronto las compañeras me empezaron a contar “maravillas” de Urbana y todas se cumplieron en pocas semanas. Me uní al club de las que pensaban que esa mujer era una auténtica hija de puta. Tuve que decirlo, esta vez sin autocensuras.

 

Urbana no tenía dignidad, ni miramientos, ni ganas de trabajar, pero vamos que por no tener no tenía ni gracia. Esa fue mi impresión desde los primeros momentos, y no salí huyendo de allí porque, aunque no estoy pagando un apartamento, ser madre soltera también tiene una hipoteca con muchos filos cortantes.

 

Durante estos tres años me he sentido humillada, explotada, menospreciada y malhumorada. Mi mala leche ha ido creciendo hasta un punto malévolo que, francamente, desconocía. La semana pasada me enteré por Julio, un amiguete que trabaja en contratación, que las 5 limpiadoras del Instituto Cervantes nos íbamos a la calle. Urbana había tenido una genial idea de restructurar la plantilla que le dejaba un bonito incremento salarial, de esos que borran los remordimientos, en caso de que existieran.

 

Urbana, la Urbana como la llamábamos, ya dije que no tenía gracia, pero ella estaba convencida de lo contrario. Siempre soltaba  su frasecita de marras: Claro, chicas, es que yo soy Urbana y trabajo en Leyend, soy leyenda Urbana.

 

Como si las leyendas urbanas fueran todas buenas. En este caso tampoco. Qué asco que me da esa mujer,  y después de mi inminente despido, empieza a ser algo más intenso. Y no va, la cabrona, y nos pone como quien no quiere la cosa una notita con post it en la taquilla: El martes es mi cumple.

 

Pues vas apañada si esperas algo, pensamos. Entonces fue cuando vi una gran oportunidad de… ¿venganza? No, de quedarme a gusto.

 

Hablé con las compis, las otras cuatro afectadas por la subida de sueldo de la Urbana. Le haríamos un regalo. Sencillo, básico. Una camiseta. Yo me encargaría del diseño. Le encantó, claro.

 

Os explico rápido lo que ella vio. Una camiseta blanca con unas letras grandes en el pecho que decían: Soy leyend@ Urbana. Así de paso hacíamos publicidad de la empresa. Y con el logo bien grande, para  que no hubiera dudas.

 

Antes de que  la tocara, se la pusimos. No le dimos tiempo a que mirara el reverso. Le dijimos que tenía que lucirla, que iba a ser un día de grandes sorpresas. Así que la llevó por la sede de la empresa en Madrid, por la calle, en el Instituto Cervantes. Qué gran día para ella y para Leyend.

 

A última hora de la tarde, le llamó el jefe a su despacho. No fue para felicitarla precisamente. Miró la camiseta.

-          Vaya, camiseta bonita, ¿verdad jefe? Publicidad para la empresa, que nunca viene mal.

-          Creo que la ha podido ver hasta la concejala. ¿No es así?

-          Por supuesto. Ha sido un día redondo. Además…

 

No la dejó terminar. La animó a retirarse y de paso pudo comprobar el texto del reverso del regalo de cumpleaños. Todo, como ya le habían dicho.

 

Y mañana, a primera hora, la Urbana y su leyenda, se nos adelantará en la cola del paro. Es la vida.

 

Ah, como no tengo ganas de seguir escribiendo, os dejo una foto de la camiseta, que me caigo de sueño.

 



 


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LEYENDAS COTIDIANAS                                                         CARLOS BORT

 

Urbanidad, cortesía,

Raras virtudes, pardiez.

Buenas, le cedo la vez.

Antes va usted, alma mía.

 

No sólo merecen fama

Legendaria los guerreros,

Entusiastas viajeros,

Glorias que el tiempo proclama.

 

Están, sí, los caballeros

No de la espada. Del arte

De llegar a cualquier parte

Siguiendo el recto sendero.