05/04/2024

OLORES Y SABORES I

 

OLORES DE COLORES                                                             CARLOS BORT

 

 

 

OLORES DE COLORES

 

La banda daba notas de lavanda,

a espliego olía el pliego en su descargo,

a pan mohoso el oso en su letargo

y a Dios olía el incienso, como Él manda.

 

Hay aroma de azahar en la naranja

y hoy nos huele a revuelo el palomar.

No es raro que el océano huela a mar

ni sentir el estiércol en la granja.

 

De borrar es la goma con su aroma

a tardes de colegio y a borrones.

A rocío huele el aire cuando asoma

 

el sol que huele fuerte a vacaciones

en playas con fragancia monocroma

de fotos rancias y viejas canciones

 

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AROMA DE AMOR                                                   MANUEL GIL

 

 

AROMA DE AMOR

 

Huele bien el despertar, si tu piel

es la que está rozando mis sentidos,

si la aurora invita a dejar el nido

y cuesta desprenderse de la miel,

 

del olor de tu cuerpo amanecido.

Tienen tus labios magia del clavel

que en rojo intenso en los míos de papel

imprime la huella de un beso prohibido.

 

Siempre estás en mis aromas presente,

a sal en las lágrimas derramadas,

huele a chicle tu boca adolescente.

 

Bajo la mansa lluvia, a tierra mojada,

aromas que rebusco impaciente,

porque sin ti, casi todo huele a nada.

 

 

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REYES SENTIDOS                                                          ANTONIO LLOP

 

Cuando era niño, las mañanas después de la noche de Reyes siempre han estado protagonizadas por mis sentidos.

 

Aún me duraban los restos de la primera etapa de la vida en la que buscas el placer con la boca cuando tras la noche de Reyes de mis seis años chupé la goma de aquella pelota que encontré a los pies de mi cama. Me llevé una gran decepción porque en mi carta a los Magos yo no había pedido aquel regalo, ni la pistola de calamina que estaba al lado. Había escrito en una hoja de papel con mi mayor ilusión y mi infantil caligrafía: “Queridos Reyes, quiero un balón de fútbol y el traje completo de vaquero, con su colt 45, cartuchera y sombrero”. Pero yo aún no sabía que los Magos eran mis padres y que tenían problemas de dinero. Y que solo podían comprarme aquella frágil arma solitaria, y no la robusta de mis héroes de la tele; y aquella pelota infantil en lugar del balón de reglamento. Así que el sabor de aquellos Reyes fue el amargo de la goma.

 

Poco me duraron aquellos regalos. La pelota me la coló en un tejado un niño mayor de una fuerte patada, y la pistola de calamina se me cayó un día al suelo y se me rompió al pisarla inadvertidamente.

 

Sin embargo, los Reyes de mis diez años fueron otra cosa. Me aportaron la fragancia más agradable que existe: el perfume que desprende el papel de un libro nuevo. En aquel tiempo yo ya sabía que los Magos regaladores eran mis padres y no les pedí nada, en espera de una sorpresa. Y lo fue. Me compraron varios ejemplares de la biblioteca juvenil de Julio Verne. Ese regalo estimuló todos mis sentidos. Olí intensamente cada uno de los libros, y pasé mis dedos con delectación por los adornos de cartón rígido de sus portadas. Luego los abrí y paseé mi vista por las ilustraciones antes de beberme sus letras y vivir la historia de un viaje al centro de la Tierra, subir en un globo aerostático o sumergirme en un submarino durante 20.000 leguas.

 

En esa ocasión nadie rompió mis regalos, que aún conservo.

 

Mis sensaciones fueron cambiando con los años a la par que mis ideas. Mi pacifismo actual nunca me haría desear una pistola. Y aquellos “Queridos Reyes” (aunque sé que eran otros reyes) se compadecen mal con mi republicanismo posterior.

 

Pero el olor y el tacto de aquellos libros de Julio Verne que abrieron mi afición por la lectura permanecerán siempre conmigo.

 

 

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  HUEVOS FRITOS. DE REPENTE                   ARACELI DEL PICO

 

 

Hace una tarde desapacible, nada primaveral. La lluvia, el viento y otros elementos negativos me tienen recogida y feliz en casa. Decido que es el día ideal, para poner en orden algunas cosas y  guisar algo rico. Hoy comeré caliente.

 

  En tal empeño, me dirijo al  mini cuarto de estudio, con el fin de colocar algunos libros y ya que estamos repasarles y quitarles un poco el polvo.  ¡Ay que ver cuánto libro y cuántos papeles en un espacio tan reducido¡  Y en esas estoy, cuando tengo la mala idea de sacar a la luz un álbum de fotos, de cuando eran de papel. Vamos un álbum como Dios manda.

 

  Es de hace años, cuando estuve en Edimburgo. Primero me llama la atención mi rostro, que tiene cierto parecido con el actual…, solo cierto. Porque a no ser por la ropa, que todavía conservo y me sirve, casi lo dudo.

 

Abro el álbum por el medio y entre otras cosas, veo una foto que hice en la National Galery de Escocia donde aparece un cuadro de Velázquez, que siempre me fascinó. Tan solo tenía diez y nueve años y hacía uno que se había graduado como pintor y ya parece la obra de un maestro excepcional. Es un óleo sobre lienzo: LA VIEJA FRIENDO HUEVOS. La mujer (que dicen podría ser su suegra), perfecta en su expresión en cierto modo ausente. El cuadro de carácter tenebrista,  y la pintura que en si conforma un claro bodegón. El muchacho se le acerca con un melón en la mano y una botella de vino en la otra, el cesto y los cucharones colgando de la pared, almirez y cebolla sobre la mesa. Pero y esa vieja, que cocina sobre un infiernillo unos huevos, que de tener un trozo de pan a mano, darían ganas de untarlos? Se ve brillar el aceite. Y sus firmes manos tan arrugadas, se disponen a cascar otro huevo, al borde de la sartén. Las miradas no se cruzan y la del espectador se pregunta, porqué? Creando así un halo de misterio.

 

Me cuesta trabajo separar la vista de la foto. Dejo de verla como foto y delante tengo el lienzo que admiro ensimismada. En ese instante un ligero tufillo a humo, me despierta del embrujo. Salto a la cocina, miro la vitro, con su cazuela encima que hace un rato brillaba que daba gloría y ahora está completamente negra de luto total. Abro la tapa y las lentejas que había preparado con todo esmero, son del mismo color de la cazuela. Adiós comida. Y adiós cazuela.

 

Así que resoluta decido preparar una ligera ensalada y dos huevos fritos. Me salen estupendos, con puntillas y una yema redondita donde dejo caer un toque de pimentón de la Vera y unas gotas de vinagre, muy poco. Antes de que se enfríen me dispongo a comerlos, sin que falte un buen trozo de tierno pan, y una copa de Ribera. Pero aunque reales, miro la foto del cuadro y sin duda Velázquez me gana por goleada.

 

  Pero os puedo asegurar, que estaban sabrosísimos.