31/05/2024

TARJETAS I

 

HABITACIÓN 312                                                       ANTONIO LLOP

“En la habitación 312 hemos encontrado una cámara de vídeo orientada hacia la cama”.

Marcelo Sancho, el subdirector del hotel Esperanza, recuerda con preocupación las palabras que la mañana del día anterior le dijera la gobernanta de la planta tercera. Pero, ahora tiene que esforzarse por olvidar. Está en la sala de conferencias de su establecimiento, improvisada como aula de examen. Elegirá cinco candidatos entre los más de veinte que se han presentado para puestos de recepcionista.

Desde el estrado mira las mesas alineadas donde los aspirantes realizan la prueba escrita. La convocatoria está restringida a empleados de la casa: Camareras de piso, personal de mantenimiento, camareros de bar, empleados de cocina y personal de seguridad. Precisamente, al final del día anterior, el jefe de seguridad ya le traía a su despacho las primeras investigaciones sobre el incidente de la 312.

-En recepción no tenían constancia de haber asignado esa habitación a nadie. Oficialmente estaba vacía. La cámara que encontraron se manipulaba desde el cuarto de la ropa contiguo. Pero no hemos encontrado ni rastro del dispositivo de recepción de imagen. El archivo fotográfico sería retirado por el espía. No le daría tiempo a desinstalar también la cámara por la inesperada inspección de la gobernanta.

-¿Alguna sospecha sobre el autor? –preguntó Marcelo.

-Desde luego fue personal del hotel, de los que tienen duplicados de las tarjetas de acceso a las habitaciones -contestó el detective. Y añadió bajando la voz-: Y ¿sabe usted quien se hospedaba allí? Uno de los vocales del Tribunal Supremo.

El jefe de seguridad concluyó:

-Para mí es un claro intento de extorsión. No me extrañaría que al señor magistrado le hubieran metido en la cama a una pilingui, a saber con qué intención.

Marcelo torció el gesto. Antes de que su subordinado saliera de su despacho le dio una orden que el detective acogió con extrañeza:

-Investigue a los empleados por si alguno tuviera antecedentes de trato con estupefacientes.

Ahora, desde su mesa de examinador, se siente impotente. Sólo le queda esperar que el chantajista dé la cara. Se levanta y pasea por entre las mesas. Todos los aspirantes sobre el papel. Alguna muchacha con unos centímetros menos de falda le mira insinuante. Si supieran. Marcelo sonríe amargamente.

Ya se lo dijo en su día el director cuando le confió la misión de seleccionar al nuevo personal: “No quiero desviados. Los hombres, hombres, y las mujeres, mujeres”. Por eso él fuerza constantemente rasgos viriles. 

Algo que no le sirvió tres años antes. Le desarmó el brillo en los ojos del vocal del Supremo cuando vino por primera vez. Entonces era sólo un juez de prestigio y Marcelo el jefe de los recepcionistas. Sucedió al pedirle la documentación. El cruce de miradas de dos personas con el mismo problema, los dos acostumbrados a fingir. Aquel deslumbramiento mutuo tuvo su continuación de madrugada en la habitación asignada al magistrado.

El siguiente encuentro no tuvo esa urgencia. Cuando el juez vino a Madrid Marcelo ya le tenía preparada una habitación entre las desocupadas del hotel. Y hasta el siguiente pleno.

Pero este año todo había sido distinto. A la mañana siguiente del encuentro, Marcelo, como otras veces, esperaba en su despacho que su amante viniera a despedirse cuando llamó a la puerta la gobernanta con la terrible noticia.

El rostro del juez palideció cuando acto seguido Marcelo le contó el incidente minutos después. El asunto era grave. Dentro de tres días verían el recurso de un conocido mafioso condenado en primera instancia por tráfico de drogas. Se esperaba una votación apretada en la que un voto particular podría resultar decisivo. 

Marcelo vuelve a su mesa. Ha de ocupar de nuevo su puesto porque los aspirantes ya entregan los exámenes. Está confundido. Al día siguiente se verá el recurso en el Supremo y los traficantes no han dado señales de vida. Tal vez no hayan podido grabar nada aprovechable. Tal vez aún pueda salvarse del escándalo junto a su amigo.

Alza la vista. Otras hojas entregadas por otro candidato. Esta vez escasas y mal ordenadas. La mano firme que las sujeta, casi las arruga. Y tras la mano una camisa de rayitas blancas y azules. Una camarera de habitación de las que forman parte del paisaje; esa persona que cruza los pasillos con su carro de ropa, desapercibida, camuflada en su insignificancia; esa empleada a quien se le pide arreglar una habitación como se pide un café al camarero.

-Señorita, ¿qué significa este examen? Si no está usted preparada no debería pretender un puesto superior. No perdería usted su tiempo ni nos lo haría perder a nosotros.

-Usted dice eso porque no ha leído el examen hasta el final –contesta la candidata con una sonrisa-. Allí está lo más interesante.

Marcelo mira las hojas con temor, con esa premonición del que presiente la fatalidad. Y tras la rúbrica que cierra la prueba las palabras temidas: “Habitación 312”.

 

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YESTERDAY                                                                           MANUEL GIL

 

            - ¡La tarjeta! No me lo puedo creer, es la tarjeta que busqué hasta la extenuación, ¡Joder!  La de veces que me he flagelado por ser un puto desastre, y perder la mejor oportunidad de mi vida.

 

Exclamó Jorge, al encontrarla entre la madera y el paspartú del marco de un cuadro que pintó de adolescente y que le enmarcó su madre para su habitación. Debió colarse hasta hacerse invisible.

 

             - Tantos años preguntándome qué alineación de astros se produjo para ponerme el cielo al alcance de la mano y despacharme al purgatorio de una patada en el culo.

 

Gloria Suelves, restauradora de arte, y un teléfono móvil, sobre una superficie de cartulina con un toque de elegante diseño.

 

La acarició con suavidad y su mente voló veinte años atrás, al 30 de mayo de 2004. Fue en la cola del concierto de Paul McCartney en el estadio de La Peineta, sí, el que ahora es el de su Atleti, Allí la conoció, haciendo cola horas antes del comienzo. ¡Era tan guapa! morena de pelo corto y unos preciosos ojos verdes. Iba sola, como él. Los dos amaban a los Beatles, hablaron y hablaron, parecían compartir todo y tuvieron la sensación de haberse estado esperando toda la vida.

 

Ella estaba eufórica. Se había regalado el concierto como premio de fin de sus estudios de restauradora. Le habló con entusiasmo del arte, de cómo lo sentía, de cómo lo vivía. Él por su parte le habló de su atasco con la carrera de derecho y de su incapacidad para situarse en el futuro.

 

El concierto los transportó a otra dimensión, bailaron bebieron, cada vez más cerca el uno del otro hasta que en el “Yesterday” acabaron besándose apasionadamente.

 

Todos los tópicos de las historias románticas parecían haberse conjurado en esa noche de mayo, como si la mano de un escritor especialista hubiera preparado los ingredientes. Luna llena, aire cálido, esa música que invadía cada recoveco de sus sentidos…

 

Y sí, los tópicos se hicieron realidad. Tras el concierto, en el parque “El paraíso", a la luz de la luna. Hubo amor, hubo sexo, hubo promesas, dicha desbocada. En definitiva les invadió una sensación que nunca antes habían sentido.

 

En la despedida ella le tendió orgullosa la tarjeta que había preparado para su aterrizaje en la vida profesional. Él la guardó con mimo con la promesa de llamarla al móvil que aparecía en ella al día siguiente mismo, porque aún no se había ido y ya empezaba a echarla de menos.

 

Despertó muy tarde, tenía resaca, pero algo bullía en su interior. Le pidió el móvil a su hermano, el suyo lo había perdido hacía unos días y buscó la tarjeta para llamar a Gloria.

No pudo encontrarla, revolvió cada centímetro de su habitación, de toda la casa, pero todo fue inútil.

 

Ahora con veinte años de retraso la tenía en la mano y tras contemplarla durante largo tiempo, cedió a una tentación.

 

            - Galería Suelves, buenos días dígame…

            - Esto, mmm ¿eres Gloria?

            - Sí, dígame, ¿Con quién hablo?

            - Soy Jorge

            - ¿Qué Jorge? ¿Nos conocemos?

            - Verás, yo buscaba una obra de arte…

            - ¿De mi galería?

            - Es una obra de arte, que perdí un 30 de mayo de 2004.

 

Se produce un silencio.

 

            - A ver Jorge, sabe que ocurre, que el arte es muy fluctuante, cambia de cotización y hay que aprovechar los momentos en que podemos acceder a ciertas obras porque si no, escapan y es imposible conseguirlas después.

            - Tienes razón, pero hay tantas cosas que me gustaría decir.

          - Pues lamento mucho no poder ayudarle, aunque de alguna manera me siento halagada y le diré, que también para mí la fecha en que perdió su obra tiene un significado especial . Buenos días.

          

            - Jorge ¿Todavía no te has cambiado? hay que pasar por el Carrefour y luego recoger a los niños, siempre igual, estás en las nubes.

 

Jorge sonríe tristemente, le da la vuelta a la tarjeta y la guarda en el cajón. Se levanta para cambiarse y “ Yesterday” resuena en su cabeza.

    

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LA CUENTACUENTOS                                                            ARACELI DEL PICO

 

   Las arrugas de una piel curtida reflejaban el paso de los años. Reflejaban su sufrimiento. Y aun así los ojos de Emilia brillaban siempre, llenos de luz y de esperanza. Cada día  al levantarse, metía su mano en uno de los bolsos del mandil, y acariciaba aquella tarjeta arrugada y ya sin letras. El paso del tiempo, los besos que en ella había depositado, y las lágrimas que sobre ella había vertido, habían hecho desaparecer su escritura. Eso no importaba, tenía grabado a fuego su texto y aquella declaración y petición de matrimonio, que Justo, su novio, le proponía en la tarjeta.

 

   Dos días después, una llamada a deshoras y a la puerta de su casa, le llegaba una carta, escueta, con un frio pésame y algunas prendas de Justo, aquel soldado, que le prometió volver y que una bala en la frente, le impidió cumplir su promesa.

 

    Se tapó la cara con las manos y lloró tanto que pensó que nunca más tendría lágrimas para nada ni nadie. Se engañaba. Las lágrimas son caudal inagotable que brota de los recónditos sentimientos. Mientras lloraba, acariciaba su vientre, donde sentía latir el fruto de aquel amor.

Pasó el tiempo y arropada por una vida armoniosa, la bondad se apoderó de ella.

 

   Tenía la generosidad por bandera y era el paño de lágrimas de todo aquel que la conocía. Emilia jamás daba un no por respuesta a nadie que necesitara de ella.

 

-          Emilia, oye que tengo que hacer un madao y no se con quién dejar a los chiquillos. Podrías aguantarlos dos horitas más o menos hasta que vuelva?

-          Caray Josefa que pregunta. Pues claro, donde van a estar mejor que con mis nietos?.

-          Si pero siempre tienes un montón de cosas que hacer y tú ya tienes tres niños a tu cargo y estos dos míos son de cuidao.

-          Quiá, son como todos. Los siento a mi lao, les doy una tostá con pan aceite y azúcar y les suelto un par de cuentos que me invente y pa’lante. Ve tranquila y tarda lo que sea menester.

-          Hija, no sé cómo agradecértelo…

 

   Un rato después estaban los cinco niños juntos y una algarabía resonaba en toda la casa. Hasta tanto llegaba la hora de la merienda, intentaba recoger todo que pudiera ser un peligro para los críos y maquinaba en su mente el cuento que se iba a inventar. Y de cualquier rincón reclamaban su presencia.

 

-          Abu, puedo coger la bici.

-          Emilia, te puedo regar las plantas?

   

   Respondía sí o no dependiendo de la solicitud. Y se miraba al espejo a contemplar su “cara añosa” como así la llamaba ella.

 

    No fue consciente aquel día del tiempo que transcurrió repasando sus recuerdos. Más del habitual. Se le vinieron a la mente los recovecos de juventud. De las dudas que tuvo en aceptar a aquel pretendiente, impuesto, y que resultó ser un marido extraordinario. De tal ensimismamiento, le sacaron las voces de los niños. A gritos respondió. ¡Que ya voy ¡

 

   Y comenzó el ritual del cuento tras la merienda. Las dos cosas fueron celebradas por los chavales, que pedían nuevas historias.

 

-          No queréis otra tostada?

-          Mejor otro cuento.

 

   Cuando Josefa vino a recoger a sus hijos, los niños repitieron una y otra vez lo que habían disfrutado con las leyendas de Emilia.

 

-          Gracias Emilia. Es una bendición tenerte como vecina.

-          Es una bendición tener oyentes como tus hijos. Tráelos cuando quieras.

 

    Se quedó a solas con sus nietos y le preguntaron:

 

-          Abu de donde sacas esas historias. Porque todo es mentira y lo cuentas tan bien que parece real. Cuando nuestros padres vivían antes de morir en ese fatal accidente, les pedíamos que nos relataron cuentos y ellos no sabían. O no querían …

-          Claro que hubieran querido, pero ellos, no habían tenido la fuente de inspiración que tuve yo.

-          Eso no nos lo has contado nunca. Y esa fuente, ¿cuál es?

-          Mejor preguntad, cuál fue. Sentaos ahí, mientras preparo la cena. Y mientras os hablaré, tal como a mi llegó.

 

Y comenzó:

 

Érase una vez una aldeana, que se enamoró de un príncipe. Hermoso y Justo. Se vieron por primera vez en la fuente, que había lejos de la plaza del pueblo. Y a primera vista el príncipe se enamoró de ella. Y ella de él. En la fuente celebraban sus encuentros. La conquistó contándole increíbles historias, mientras tocaba su cítara.

-          Y qué pasó luego, abuela? Se casaron?

-          Pues…, no sé, no recuerdo. Creo que hoy estoy más cansada de lo habitual. Si recogemos pronto, y pronto nos vamos a la cama,  mañana habré recordado el cuento y os prometo relatarlo con todo detalle.

 

   Con tal ilusión, ayudaron a la abuela,  y se fueron a dormir.

 

   Emilia, con pereza soltó su moño. Sacó la deslucida tarjeta del bolso de su mandil y la acercó a sus labios. Mientras miraba con ternura, su foto de novia. Vestida de negro y el ramo de flores silvestres que mantenía en las manos. Las lágrimas se deslizaron por sus mejillas, mientras musitaba. Gracias, muchas gracias a los dos.