TARDÍA
REDENCIÓN MANUEL
GIL
En lo alto de la montaña, donde las nubes acarician
suavemente las copas de los árboles,
le he mostrado la pequeña cabaña de madera que le prometí cuando éramos
novios, hace ya una eternidad. Con cada clavo y cada tablón, he ido imaginando
la sonrisa que se dibujaría en su rostro al ver aquel refugio en la cima de
todo y aún más cuando reconociera en él
aquellas promesas de juventud tan
lejanas y ahora por fin cumplidas.
Le vendé los ojos antes de llegar y al descubrir la
sorpresa, fueron ellos los que hablaron, sus labios estaban ocupados afanándose en buscar los míos.
¡Qué días felices! Te doy gracias I.A. por enseñarme a
desarrollar la capacidad de sorprender, de cuidar, de hacer feliz a la persona
amada. Después de tantas tormentas, después de tantos errores, después de tanto
tiempo perdido, tú me has mostrado el camino por donde reconquistarla. Siempre
creí que eras capaz de muchas cosas, pero no de descubrirme, de ponerme tan
claros sus deseos, sus anhelos, sus frustraciones. Los veo, los siento y así
puedo darles respuesta, satisfacerlos. No era tan difícil y sin embargo cuantas
veces fallé en todo eso.
Una cena especial, con luz tenue de velas, un disco de
Billie Holiday en este tocadiscos que estaba olvidado en el desván y que he
rescatado para ella.
Unas flores silvestres que he cogido en el camino a casa. Es
primavera y en el más insospechado lugar crecen estas pequeñas representaciones
de la belleza más grande.
Cuando llego está feliz, radiante, diría. Estas pequeñas
cosas le iluminan el semblante y yo tengo la sensación de estar en un sueño, de
estar flotando.
¿Cómo no he podido verlo antes? Has tenido que ser tu I. A.
la que me abra los ojos y los sentidos. ¿Cómo puedes conocerme tan bien? Alguna
vez me has dicho que la información está en mí, pero no entiendo cómo te la
transmito.
Hoy cuando volvía a casa, la he encontrado dormida en la
mecedora del porche. Tenía una expresión triste y una foto mía descansaba en su
regazo. No la he despertado. He entrado y me he conectado a ti, Chat GPT, para
solicitar una sugerencia con la que sorprenderla, como estos últimos días.
Me has hablado de conseguirle unas entradas para un
concierto, el más ansiado, el del siglo, me nombras al artista, te digo que no
lo conozco. Tu respuesta es que es la
sensación y el más escuchado del mundo en este momento y que a ella le
encantará, y poco menos que te preguntas en qué mundo vivo.
Miro el precio de las entradas y es una pasada, una
barbaridad, entonces la fecha del concierto me salta ante los ojos; junio de
2035. Algo no funciona hoy. Siento decirte que no eres infalible, por mucho
avance y por muy inteligente que seas, aquí algo no cuadra.
Salgo al porche y me cruzo con ella que entra con gesto de
tener frío. Pasa ante mí, ignorándome, como si no me viera y su expresión es
triste, la encuentro distinta, avejentada. Me inquieta verla así. Sigo sus
pasos y al entrar me doy cuenta de que el espejo del recibidor, ese que tanto
le gusta, no refleja mi imagen.
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ESPÍRITU,
¿OSAS? CARLOS
BORT
Amo la Costa da Morte,
nido de meigas, ahogados
y ánimas de don Camilo
en su "Madera de boj".
Al no dárseme el deporte,
yo suelo estar apuntado
a yoga o por el estilo
en la Casa del Reloj.
Hoy en la planta primera
fantasmagóricos bultos
visualicé con sus blocs.
(yo salía del Taichí).
No sé si fue una quimera
de nuestra Escuela de Adultos
o ese chispazo, igual dos,
de carajillo de anís.
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RENACER ARACELI
DEL PICO
Poblado de todo
tipo de árboles, naranjos, limoneros, manzanos, madroños y sobre todo el
aromático laurel, aquel que desprendía su esencia y la vertía por cada rincón
del huerto. Y lo que es mejor, añadía a sus guisos el ingrediente perfecto para
completar un plato exquisito.
El laurel además
se multiplicaba por el huerto sin siembra previa, los insectos o el viento, lo
esparcían por la tierra y en cada rincón crecía un nuevo arbusto.
Feliciano
cuidaba sus árboles, casi con el mismo mimo con que cuidaba a sus hijos y al
huerto en general. Entrar en la parcela, era entrar en un santuario, donde el
suelo era un tapiz de colores bien mezclado, allí las hojas brotaban en diversos
relieves y formas. Y alrededor los frutales crecían ofreciendo sombra y dulzor.
Y pensaba que gracias a aquel preciado rincón, había podido soportar la muerte
de su querida Teodora.
Reunía a sus
hijos, y trataba de transmitirles el amor que le inspiraba esta naturaleza
creada por él y su esposa. De noche, cuando las estrellas cubrían de plata el
cielo, se tumbaba feliz sobre el camastro y le contaba a Teodora, como iba la
cosecha. Como crecían los hijos, las aspiraciones de cada uno. Entonces tocaba
el lado donde ella dormía, y sentía su calor y hasta las caricias compartidas.
Para él, no era una sombra, era una etérea realidad.
Cuando se fue,
joven aún, el abandono más absoluto se apoderó de la finca y las telarañas
cubrieron el interior de la caseta. Los hijos, habían crecido y cada uno había
orientado su vida por diversos derroteros.
Un buen día,
Pablo el mayor, llamo a sus dos hermanos. Había que tomar una decisión con
aquel terreno. Seguro que no valía gran cosa, pero se quitaban de problemas y
de pagar impuestos innecesarios.
Y cuando el
calor más apretaba en el mes de julio, se reunieron los tres. Pablo y Marcos
con sus mujeres. Miguel venía solo con su hija. A su esposa, le daba
exactamente igual lo que hicieran con aquel terrenucho.
Donde los hijos
solo veían miseria y desolación y una caseta que hacía aguas en cada esquina,
Carla, la hija de Miguel, veía un paraíso y un palacio que con un pequeño
arreglo y mucha limpieza, podría convertirse en un lugar de veraneo maravilloso.
Y como era de
esperar, empezó la guerra de las dudas y de las indecisiones. Que si la
vendemos a bajo precio nos la quitamos del medio… que no hombre que no, mejor a
un precio alto o al menos digno, total no precisamos el dinero con urgencia… y
volver a pagar contribuciones? De ningún modo. Y ahí Carla intervino:
-
Papá por favor, quédatela tú.
-
Yo, por qué?
-
Te lo puedes permitir. Has vendido tus últimos
libros con éxito y te oí decir a mamá que querías comprar algo en el playa.
-
Hija por Dios, pero esto está bien lejos de la
playa. Ni soñando se le parece.
-
Mira alrededor. Hay un mar de hierba. Un mar de
flores. Y los picos de aquellas montañas tienen que ser muy inspiradores para
escribir. Parecen que las musas viene volando y saltando para posarse en ti.
Se hizo un
silencio sepulcral. Lo rompió Miguel para decir a sus hermanos.
-
Me lo dejáis pensar con la almohada?
Asintieron. Y
decidieron bajar al pueblo. Carla pidió quedarse remoloneando por allí.
Atardecía, cuando se sentó al pie de un árbol abierto por la mitad. Un rayó lo
había desmembrado hacía muchos años. Recordaba ese árbol con cariño. Cuando era
pequeña los duendes, las hadas y la magia del bosque salían de aquella hendidura.
Un relajado sueño se apoderó de ella. Al rato sintió una respiración próxima.
Alguien le acariciaba el pelo, besaba sus mejillas y le decía como debía actuar
para que “EL GRAN CHAPARRAL” brotara con la misma fuerza de años atrás.
Despertó, entró
en la cabaña y con una fuerza inusitada se puso a limpiar cada rincón del
paraíso. Y de pronto, sintió que a través de cada rendija entraba un dulce olor
a laurel.
Fantasmas que se ayudan con IA, fantasmas que seremos de una gran escuela, o fantasmas en un huerto lleno de olores. La imaginacion que nos sorprende y entretiene. Gracias por vuestra literatura.
ResponderEliminarEsta "Tardía redención" nos hace viajar desde imágenes bucólicas y deseadas hasta la inquietud de lo desconocido. Creando un ambiente de incertidumbre que, sólo la imagen final y frente al espejo, nos puede desvelar.
ResponderEliminarSe trata de un relato breve pero muy bien estructurado y narrado con agilidad.
Carlos, con su poesía, nos sitúa en un espacio entrañable y muy conocido al que, desde el primer día en el que dejamos de ir, empezamos a echar de menos. Seguro que algo nuestro, muy nuestro, pulula por allí.
ResponderEliminarAraceli, con este relato lleno de naturaleza, sensibilidad y aromas, nos cuenta una entrañable historia llena de esperanza. Me gusta ese singular "Renacer" en el campo, con la esencia del pasado y la juventud capaz de sentir su huella y en especial, el aroma del laurel.
ResponderEliminarBuenos relatos referidos a fantasmas los de nuestros compañeros prosistas Araceli y Manuel. Y emotivo el poema de Carlos por referirse a lo que para nosotros ha sido una alegre realidad y ahora se ha convertido en un recuerdo doloroso.
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