12/09/2024

ESCRITO BAJO CALOR EXTREMO I

 LA INVITACIÓN                                                          ANTONIO LLOP

Mi pareja, a la que había conocido en el instituto, me abandonó. Un día me dijo con algo de sorna que la garantía de nuestra unión había expirado. Yo tenía ya cuarenta años y nunca había intimado con ninguna otra mujer. Al principio el impacto me dejó paralizado. Un clavo saca otro clavo, me recomendó un amigo. Y no se me ocurrió mejor cosa que irme solo de vacaciones el mes de agosto a Mallorca. Al principio creí que podría resultar fácil encontrar otra mujer que sustituyera a Marisa. Yo era aún joven y con algo de cultura. Pero mi temprana relación con mi ex me había negado la experiencia necesaria para el cortejo. Alquilé un apartamento turístico cerca del Arenal. Bajaba a la playa por las mañanas pero todas las personas estaban emparejadas o formaban parte de una familia. Cuando veía a varias chicas juntas tampoco me atrevía a abordarlas. Y si salía de noche a una discoteca me quedaba en la barra mirando cómo chicos y chicas que se conocían reían y bailaban juntos. Regresaba siempre cabizbajo a mi apartamento con un sentimiento de frustración. Ya finalizaba el mes y esa tarde decidí que tenía que cambiar mi suerte. Una muchacha joven, con una mirada chispeante, un top ajustado y unas mallas insinuantes estaba repartiendo invitaciones para un pub recién abierto.

-Toma, guapo –me dijo con desparpajo entregándome uno de los anuncios-. Te esperamos esta noche.

Retorciendo el brazo a mi timidez contesté: “Solo iré si estás tú allí”.

La chica se limitó a sonreír: “Nunca se sabe, madurito”. “Ten fe”

Esa noche me encaminé a ese pub sin ninguna esperanza de encontrar a la chica. Seguramente –pensé- la contratan para repartir publicidad y luego se va con sus amigos jóvenes a una discoteca con mucha más marcha. El pub era uno de los muchos radicados a lo largo del paseo marítimo con una música relajante. Yo ya había perdido cualquier esperanza de ligar con nadie. Solo me quedaban tres días de estancia en la isla. Estaba tomando un cóctel especial de la casa cuando escuché a mis espaldas con tono de sentencia:

-Hombre maduro, tu fe te ha salvado.

Giré la cabeza y era ella con el mismo top y unos pantaloncitos a medio muslo. Y la misma mirada luminosa. Aceptó sentarse y tomarse una copa conmigo. Charlamos durante buena parte de la noche. Me dijo que se llamaba Ana y que estaba empezando Filología Hispánica en la UNED, el mismo sitio donde yo había cursado la carrera hacía ya unos años. Confrontamos profesores que aún enseñaban en la actualidad y le conté varias anécdotas vividas con ellos que levantaron su risa fácil. El alcohol consumido y la cordialidad de nuestra conversación hicieron que le propusiera seguir charlando en otro sitio.

-Mejor vamos a tu apartamento –me dijo mirándome a los ojos.

No me lo podía creer que caminara por la calle abrazado con una chica bastante  más joven que yo. Subimos al piso que había alquilado rogándole no hiciera mucho ruido. Pero nuestras risas sofocadas con besos hicieron el trayecto más ruidoso del que pretendíamos. Para mí la experiencia íntima fue una aventura feliz e inesperada. Yo ya me había acostumbrado a un sexo acomodaticio y rutinario con Marisa de quien quise hablarle en algún momento pero no me dejó. Cuando me desperté con la primera luz de la mañana ya no estaba. Volví al pub esa tarde y pregunté por ella. Me contestaron que ya se había despedido porque había terminado sus vacaciones justo ese día. Me quedé decepcionado. A la mañana siguiente yo también regresaba a Madrid. Tenía en mis labios y mi cabeza el recuerdo de esa noche mágica. Y en el bolsillo aún conservaba la tarjetita de invitación al pub. No entendía por qué Ana se había ido sin avisar, tan de improviso. Y quería volverla a ver.

Me incorporé a mi trabajo en el colegio donde daba clases. Quería verla a toda costa pero nunca me dio su dirección en Madrid, ni su teléfono. Esperé a que empezara su curso de la UNED a donde esperaba localizarla. Los primeros días de octubre me acerqué de vez en cuando a la plaza de Lavapiés espiando la salida de los alumnos sin obtener ningún fruto. Incluso subí a la biblioteca donde tengo un carné de antiguo alumno. Quizás me engañó y no estaba haciendo el curso que me dijo. O simplemente estaba estudiándolo a distancia, porque le coincidieran las clases con algún trabajo que tampoco me mencionó. En realidad casi no me contó nada de su vida.

Cuando ya desesperaba la vi una tarde a la salida de clase departiendo con varios compañeros. Mi corazón aceleró su ritmo. Cuando inició la marcha con una de sus amigas me acerqué con confianza y la abordé. “¡Hola!”, le dije con mi mejor sonrisa, esperando su reconocimiento y su abrazo. Me miró un momento y, sin decir nada, reanudó su camino y su charla con su compañera. Sus ojos apagados sin rastro de la mirada chispeante de Mallorca. Insistí: “Ana, soy yo, Eduardo”… “¿recuerdas?” y le mostré ostensiblemente la tarjetita de invitación al pub. Pidió perdón a su amiga, se detuvo y me encaró: “Usted perdone, el verano ya acabó”, me dijo con un tono neutro. Aún quise insistir pero no me dejó hablar más. Me interpuso la mano abierta como parándome cualquier nueva iniciativa. Y se volvió de nuevo con su acompañante camino de uno de los bares de la zona.

Un viento fresco barrió la hojita de invitación, que se me había caído al suelo. Evidentemente, el verano había terminado y aquello no era Mallorca.


 

 

ADIÓS VERANO                                                         MANUEL GIL

Hola, soy tu verano. Sí, no pongas esa cara, en estos días en los que dialogáis con IAS y máquinas diversas ¿qué hay de extraño en que lo haga yo contigo?

 

Estoy llegando al fin y ni te has dado cuenta, a pesar de la señal inequívoca, con la que te has topado esta mañana cuando has salido a pasear por el parque; una caterva de papás con niños que con distinto talante, unos riendo, otros circunspectos y los más expectantes, iban camino de los coles. Eso significa que estoy dando los últimos estertores y que mi muerte está próxima. Pero yo resucitaré, sí, aunque tenga otro dígito, volveré a ser la promesa  de siempre, de luz, de calor, de mar, de amores, de diversión. Luego saldrá lo que sea, pero prometer, prometo. El resultado no depende en todo caso de mí solo, yo aporto, el clima, el ambiente, que aparece como el propicio para lo mejor, pero los actos y lo que puede hacerte feliz lo pones tú y tus circunstancias y ahí no entro. Es cierto que en los últimos tiempos estoy bastante desatado y te regalo noches en los que te acuerdas de mí con calificativos bastante gruesos cuando das vueltas en la cama cociéndote en tu propio jugo. Y ¿que quieres que te diga? ni aun de eso soy del todo responsable, vuestro maltrato al planeta, del que soy un mandado, tiene gran parte de culpa.

 

Otra vez te quejarás de que no he cumplido del todo las expectativas; no han sido posibles las islas griegas, Santorini, ¡Ay, Santorini! con la ilusión que te hacía, pero que si la avería del coche, hizo un roto imprevisto en el presupuesto, que si la lumbalgia de tu mujer en las fechas más inoportunas, en fin mil historias, y sé, y no lo niegues, que has tenido momentos buenos y sobre todo tranquilos en el pueblo, en familia, Yo creo que el problema es que me idealizas siempre, que esperas todo de mí, te ha ocurrido toda la vida, pero querido, nada es perfecto.

Con la criba que proporciona el tiempo, tienes recuerdos en los que me mostraba ideal, pletórico, pero entonces no me planificabas. Yo llegaba e inundaba al niño que eras; juegos en la calle hasta las tantas, la piscina aquella que siempre tenía el agua fría, y en la que teníamos que esperar las dos horas de digestión después del desayuno o de la comida, pero jugabais, corríais esquivando a los aspersores en aquel jardín de tréboles, hasta acabar empapados mucho antes de cumplirse el preceptivo plazo.

 

 Aquellas noches vísperas del día de caza que preparaban tus mayores, como tu casa en el campo estaba a tope de invitados, dormías en la calle con tus hermanos y tus amigos, bajo un manto de estrellas. Me ha quedado poético eh,  pero es que es así como lo recuerdas, o las noches del cine de los gitanos, en la trasera de la iglesia vieja del pueblo, colgados de la pantalla, con la Coca cola y la bolsa de pipas y de nuevo bajo la cúpula celeste que cruzaba de vez en cuando una estrella fugaz. Seguro, que aunque aquello aparezca en tu cabeza y sobre todo en tu corazón como la felicidad completa, alguna inquietud, tendrías, tú eras un niño con mucha vida interior que cuestionaba todo. Hasta el verano del 73 que figura en tu inventario como el de tu vida por cuanto tuvo de iniciático: primera vez solo con amigos, Ibiza, libertad, tantos conceptos que te entusiasmaban, juntos por vez primera.

 

Tú sabes bien cuanto te marcó lo que viviste en esas vacaciones, pero también tuvo sus momentos menos brillantes. La avidez de sexo, estaba en vuestro ánimo y en vuestro propio hotel, había un grupo de cuarentonas holandesas, totalmente asequibles, pero tú, que te considerabas material de primera, no querías abordar a esas mujeres de tetas fláccidas, mejillas coloradas por la ingesta de licores y no muy guapas. A decir verdad, despreciar aquellas oportunidades tenía su riesgo, porque en la mentalidad de la época, esa actitud podría hacer sobrevolar la palabra “maricón” por menos de nada.

 

Al fin una noche, cuando os quedaban cuatro días en la isla, tu amigo Jesús y tú, conseguisteis el premio de dos preciosidades noruegas. ¡Qué bien lo pasasteis! La chica de tu amigo y tú teníais unos muy básicos conocimientos de francés y eso convertía las conversaciones a cuatro en un divertido galimatías. Luego en la intimidad, ya no necesitabais idioma alguno, solo el del deseo, el del amor. Uf, ¡cómo me porté con vosotros! Anda que no os costó remontar mi despedida.

 

Solo quiero decirte con todo esto que no siempre sale todo como lo planeas, pero me encanta que sigas poniendo tu ilusión en mi llegada, que siempre esperes el que será el mejor de tu vida.

 

T. - ¿Oye, tú  no querías ir temprano a caminar, para evitar el calor?

M. - Ay, sí, que si no, vuelvo sudando como un pollo

T. - Pues hala, cámbiate

M. - ¿Te has dado cuenta? El verano está acabando, me da pena…

 T. - Bueno, al fin y al cabo estás jubilado, cuando trabajabas entiendo que te afectara más.

M. - El verano que viene, ese sí que va a ser el nuestro, lo vamos a dedicar a nosotros, vamos a programar un viaje a…

 T. - Sí vale, ya tendrás tiempo de hacer planes, tanta planificación lleva luego, si no se puede, a que te frustres.

 M. - Sí, eso dice él.

  T. - ¿Eso dice quién?

  M. - No, nada, cosas mía

 

 

8 comentarios:

  1. Manuel, muy original la personificación del verano. Con unas mínimas acotaciones resultaría un texto dramático muy bien modulado con un estupendo monólogo de tu principal personaje. Se nota tu paso por el teatro. Ahora solo te falta representarlo. Ánimo.

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  2. Entablar ese monólogo con el verano como protagonista hace del relato un texto original y atractivo. Unos momentos de reflexión y nostalgia muy bien personificados que nos hacen sentir al personaje como alguien muy cercano. El diálogo final nos hace salir de ese ambiente íntimo y poner los pies en la realidad para empezar a caminar y sentir la inminencia del otoño.

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  3. El relato de Antonio con los detalles de su ubicación y del ambiente que describe consigue que sea muy cercano y verosímil. Me gusta como, y aunque sea el último día, consigue liberar al personaje de su frustración. El final, aunque decepcionante para el protagonista, es muy acertado.

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  4. Antonio, Con una prosa introspectiva y melancólica nos muestras muy bien la idea de soledad y el anhelo de conexión de Eduardo. Su lucha por superar una relación fallida, le da al relato profundidad emocional. La historia, contada con un realismo ligero, muestra la volatilidad de un mundo donde las oportunidades se escapan. El final llega con una sensación de inevitabilidad. La vida misma sabiamente plasmada.

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  5. Amores de verano, que duran un verano. En el relato de Antonio, aún menos un día, pero un día que no olvido nunca el protagonista. Bien contado

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  6. Manuel también nos sitúa en las Baleares, y personifica el verano, como protagonista, en un monólogo digno de representarse en el teatro. Los veranos y sus historias, de todos los colores, que nos regalan nuestros escritores, muchas gracias.

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  7. Antonio, un texto con un punto de frustración que pone al protagonista en una dolorosa realidad. En mi ha calado la disposición del protagonista y siento que la chica, ha sido una persona vulgar. Estupendo relato de fin del verano.

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  8. Manuel, la imaginación que pones en este relato dando voz al verano, es algo más que eso, que un relato y el diálogo final con... un no, cosas mías ... un broche de oro que leeré varias veces. Gracias.

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