COMENTARIO DE “CLIC” DE SANTIAGO MARTÍN VARA MARÍA ISABEL RUANO
La primera imagen de un libro nos
la muestra su portada, en ella se centra la mirada a modo de presentación y el
entendimiento trata de descifrar su significado como si fuera un enigma, y en
este caso, así lo es. Como el autor de esta obra al que tuve el privilegio de
conocer en el 2014 como profesor de la escuela de adultos de Arganzuela,
pasando a ser mi profesor de Enigmas y de Creación literaria, materias en las
que es un experto y como tal, esta portada hace honor a su temática preferida.
Como docente, me siento con la
autoridad suficiente para calificar sus clases como todo un lujo, en donde el
aprendizaje, la motivación y la didáctica se impartían en el mismo compás
fomentando siempre la intervención y el descubrimiento en los alumnos. Muy
probablemente el mejor profesor que he tenido en muchos años.
Regresando a la portada, es la
mejor tarjeta de presentación de un libro, de este libro. Sobre un fondo plano
de color entre el azul nublado o el gris matizado de azul en el atardecer,
sobre el que resalta el título en color blanco como si fueran las nubes del
horizonte, siendo este el que reclama la atención. Enseguida, la vista en busca
de explicación que le ayude a descifrar el título, se centra en la unión de
esas manos, robótica y vestida con un pequeño interruptor verde que casi pasa
desapercibido, frente a la humana y desnuda, como en un juego de sombras
chinescas, pero sin sombra en esta ocasión, para formar entre ellas el espacio
vacío de un corazón irregular en su tamaño que delimita el fondo sin matices,
uniforme y sin sobresaltos en el espacio.
Pero que esta primera impresión no
engañe al lector de este libro, el primer y esperado libro de Santiago, ya que
en él encontrará gran variedad de matices a través de la riqueza de las
descripciones, sus escenarios y ubicación, combinados con una irónica
imaginación llena de sobresaltos.
Qué tampoco se engañe el lector
que acude por primera vez a su lectura, sin conocer al autor, al juzgar la
brevedad de los relatos como una escritura sencilla. Os garantizo que, la
sencillez está sólo en la apariencia porque a través de sus tramas, los
personajes van mostrando su perfil psicológico y familiar sin dejar indiferente
a nadie. Vidas captadas a través de una escena, un detalle o un espacio en el
que la narración en primera o tercera persona, sea el protagonista hombre o
mujer, alternando con destreza ambas voces, van a coincidir en un espacio
común.
Para ello, la lectura va a
requerir de una fina atención en la que todos los detalles son significativos y
que van a poner de manifiesto la inteligente estructura de este libro de
relatos. Tal y como sucede en la portada en la que frente al gris de la mano
artificial está el rosa de las uñas con esa sutileza femenina en la que sobre
el rosa de la uña del pulgar están las flores diminutas como un símbolo de vida
y esperanza. O tal vez, los roles humanos y robóticos estén cambiados en ese
intento de aproximar el sentimiento a la tecnología, o de dotar de vida a lo
inmaterial hasta el punto de pisar la línea de la meta ficción.
Y este es un hilo de trama que
fluctúa en los relatos, la frágil frontera entre los sentimientos y la
identidad, la soledad y el vacío, el peligro o el sobresalto. Factores que
terminan por mezclarse como entre las piezas de un puzle futurista en donde la
soledad de los personajes les lleva a la búsqueda, el consuelo y la unión con
los modernos artilugios que facilitan la vida o la complican.
Una vez hecha la presentación de
este libro a través de su portada, sólo me queda, invitaros a su atenta lectura
y a que os dejéis seducir por ella.
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LA CIUDAD ROSA JUANA
DOMÍNGUEZ
Luisa revolvía el cajón donde guardaban los papeles importantes,
en busca del certificado de matrimonio de sus padres. Damiana, su madre, le
había contado que se casaron tres días antes de que su padre se fuera… para
siempre, nunca le había visto. Ni habían vuelto a saber de él, desde que por
motivos políticos tuvo que marcharse.
Necesitaba ese certificado para legalizar la poca herencia que su
padre dejó al cuidado de Damiana, cuando tuvo que marcharse al terminar la
guerra, ella nació nueve meses después. Damiana, tenía la certeza de que un día
volvería con ellas, las murmuraciones de la familia y vecinos nunca la
afectaba. Estaba tan segura, que cada mañana se levantaba con la esperanza de
que ese día, sería el de su vuelta.
Damiana nunca recibió noticias de Gerardo, pero afirmaba con tanta
convicción que volvería, que Luisa siempre la creyó. Se crío en la casa de sus abuelos, con su
madre sus tíos y sus primos después. El horno de pan que regentaba su abuela y
su madre, contribuían al sustento de la familia, su casa era de las afortunadas
de aquella época.
El certificado no aparecía, no quería pensar que su madre la
hubiese mentido, tenía que estar el algún rincón entre tanto legajo. Vacío el
cajón y del doblez de la tapa asomó una tarjeta, la sacó nerviosa, era una
postal de una cuidad rosa rodeada por un río. Le dio la vuelta y leyó: llegue a
Toulouse bien, busco trabajo, vivo con una familia francesa. Hasta pronto.
Septiembre de 1939. Gerardo Sierra, se leía en la firma.
Ese era su padre, Damiana no la había mentido. Debió esconder la
postal que alguien le trajo, no tenía sello ni remite y no le hablo a nadie de
ella. Por eso estaba tan segura de que estaba vivo y volvería.
Luisa, saltaba de alegría tenía un padre en esa ciudad francesa.
Le buscaría, tenía que saber si estaba vivo y porque nunca las escribió.
Muchos meses después, encontró con ayuda del consulado una familia
apellidada Sierra, en un pueblo cercano a Toulouse, y allá se fue con su marido
y sus dos hijos. Si su padre vivía quería que los conociera a todos.
Luisa escribió una nota y
la mandó a la dirección que le dio la embajada, no sabía si su padre se
acordaría de su pueblo y de su madre. Gerardo se acordaba de todo, su memoria
seguía intacta a pasar de sus muchos años. Les recibió, como si nunca se
hubiese separado de ellos, a pesar de no saber que Luisa existía.
No pregunto por Damiana, no quería saber nada de ella. Allí en
Francia él había formado otra familia, se había casado con otra mujer, Luisa se
encontró con tres hermanos, eran familia numerosa.
Nunca le contó a su madre, que su padre vivía y que no volvería.
Pero Luisa siguió escribiéndole, hasta que le notificaron su muerte.
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¿PERFORADA O DE VISITA? CARLOS
BORT
Aquella tarde, Vicente se sentó en su sillón preferido para
comenzar la lectura de un libro. El libro lo había escrito un amigo y trataba
de temas futuristas, o más bien actuales pero con elementos que nos resultan
todavía novedosos. Digamos que era futurismo puesto al día, no como el de las
películas del siglo XX, donde todavía imaginaban los ordenadores del XXI como
máquinas enormes que funcionan con tarjetas perforadas.
Cuando en su lectura llegó a un capítulo en el que se hablaba de
un sillón con mandos eléctricos, se acordó de que estaba sentado en uno de ese
tipo y decidió elevar el reposapiés para encontrarse más cómodo.
Le dio al botón, clic, pero el sillón no se movió. Volvió a darle
varias veces, clic, clic, clic, clic y el sillón seguía sin moverse.
Inmediatamente recordó su temor de que la tarjeta de la
biblioteca, que había extraviado recientemente, se hubiera colado por alguna
rendija del sillón. Y ahora le dio por pensar que esa tarjeta había llegado a
atascar el mecanismo que movía el sillón.
La otra opción le preocupaba más, y era que el sillón no fuera de
la calidad que le habían asegurado y tuviera una avería costosa. Pensó que eso
sería una tarjeta amarilla, si no roja, para aquella tienda tan conocida que le
había recomendado un amigo.
Vicente puso en el libro el marcapáginas, la tarjeta de una
librería del barrio. Le gustaba usar como marcapáginas cualquier cartulina que
tuviera a mano, como una tarjeta de embarque, una tarjeta de visita, una
tarjeta de Navidad o una tarjeta postal.
Vicente buscó rápidamente la tarjeta de la tienda donde había
comprado el sillón. Llamó por teléfono a la tienda, donde le atendieron
amablemente. Lo primero era identificar el modelo del sillón y la fecha de
compra, para lo cual le preguntaron si tenía tarjeta de cliente. Vicente
respondió que no. Le preguntaron si había pagado con tarjeta de crédito y
Vicente respondió que no lo recordaba aunque pensaba que sí. Entonces, le
aconsejaron buscar la tarjeta de garantía para comprobar el modelo y la fecha
de la compra.
- En todo caso, dijo el empleado de la tienda, la mayoría de estos
problemas no son verdaderas averías. Lo más frecuente es que se haya soltado un
enchufe o conector de la tarjeta electrónica principal. Si usted se ve capaz de
tumbar el sillón en el suelo, podrá comprobarlo fácilmente.
A primera vista no vio nada, así que se fue a buscar la pequeña
linterna que guardaba en su caja de artilugios variados como pilas, tarjetas de
memoria, pequeñas herramientas...
Al inspeccionar los bajos del sillón con mejor iluminación, pronto
descubrió un tornillo flojo y un cable fuera de sitio. El cable lo encajó
directamente con la mano y el tornillo, de gran tamaño, lo apretó utilizando su
tarjeta de transporte como destornillador.
Vicente volvió a colocar el sillón en su posición normal, comprobó
que el reposapiés se elevaba sin problemas, tomó su libro y reanudó la lectura.
En ese mismo instante, le llamaron de unos grandes almacenes ofreciéndole una
tarjeta regalo que...
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EL CLUB DEL ÚLTIMO BAILE
SANTIAGO J. MARTÍN
No pienso decir mi edad. No, no lo haré, pero será fácil de
deducir en las próximas líneas. Prometo hablar de periodos amplios,
indeterminados, aunque fácilmente imaginables.
Son muchas las cosas que nos rodean que nos sitúan en un abismo
sin límites, pero que nos reconforta, nos relaja y hasta nos eleva la moral.
¿Recuerdan el título de aquella canción: Amigos para siempre? Solo
hablo del título. Una amistad para siempre, parece un escudo protector contra
la soledad. Para siempre.
Lo mismo decía aquel anuncio de “Un diamante es para siempre”.
Siempre es una palabra que como anuncie buenaventuras resulta valiosísima,
ahora si lo que hace es atarnos a una condena, parece que esa “s” nos va
rodeando y ahogando como una serpiente pitón.
Luego está su hermana antagónica, que llega a cumplir una misión
idéntica: “Nunca más” decíamos hace unos años, como si solamente por pronunciar
esa frase ya estuviéramos libres de cualquier vertido dañino y venenoso, para
siempre. Lo ven, donde va una, va la otra.
Terminamos coleccionando objetos, pensamientos, amores, utopías… y
los atamos con un lacito de siempre (o de nunca si no tenemos a mano el
primero). Luego los guardamos con orgullo y candor en el rinconcito exacto que
se merecen.
Ayer por la mañana, fui a mi consultorio de la Seguridad Social.
Resulta que tenían allí, esperándome como una mascota sin dueño, mi nueva
tarjeta de asistencia sanitaria. Nada ha cambiado. Es que la anterior pululaba
por mi cartera ya en un estado lamentable, funcionaba la cinta magnética y no
sé cómo.
Cuando me dieron la nueva me la quedé mirando de una forma un
tanto apática. Brillaban los tonos azules, se podía leer perfectamente que era
mía, totalmente mía. Y me vino un pensamiento a la cabeza: esta ya será mi
última tarjeta sanitaria.
Menos mal que no se lo dije a nadie. Rápidamente me hubieran
tachado de agorero, pesimista, lúgubre, malsano. Y no, no es esa mi idea. Mi
pensamiento era bastante lógico y frío, independientemente de que no me queden
50 años de vida, claro.
Voy a explicarme. Estas tarjetas no tienen fecha de caducidad. La
pienso cuidar bastante mejor que a la otra, además ahora la necesito más a
mano; todos los meses tiene que trabajar en alguna farmacia o en la consulta de
turno. Me va a durar. Lo sé.
No habrá tiempo para que me den una nueva. Eso está bien. Capítulo
cerrado. Que conste que sería mucho peor tener que necesitar otra nueva.
Veremos las siguientes hipótesis.
Imaginemos que me roban la cartera y necesito una copia de todas
mis señas de identidad plastificadas. Pues una putada. Ven, eso sí que sería
ser agorero.
Otra opción es que la pierda. Miedo me da pensar que empiezo a no
saber dónde voy dejando las cosas. Eso sería ser pesimista.
También es posible que el gobierno israelí arrase mi casa y todas
mis pertenencias, la tarjeta también. Soy un buen aficionado al Estudiantes de
baloncesto y poseedor de un pañuelo palestino. Pensar eso sería absolutamente
lúgubre.
Una cuarta posibilidad consistiría en que utilizara tantísimo mi
tarjeta sanitaria que en pocos meses estuviera tan desgastada como la que me he
deshecho esta mañana, descolorida y añeja. Eso sería malsano, sobre todo para
mi salud.
Por lo tanto, la idea de que mi nueva tarjeta sanitaria me
acompañe siempre ya, me resulta reconfortante.
Y dentro de poco no estará sola. El DNI será perpetuo, no
necesitará de renovación y el Carné de conducir tampoco será posible
actualizarlo, ya no me dejarán conducir. Allí los tres juntitos. Y seguro que
hay muchas cosas que pertenecen al mismo club.
Yo lo voy a dejar aquí, pero usted le va a dar unas cuantas
vueltas y encontrará compañeros eternos de los que nunca se va a separar. De plástico, de cristal, de
metal, no creo que de carne y hueso, pero merece la pena buscar.
Estoy segura de haber empezado mi día con buen pie. Después del reconfortante café matinal, abrir el ordenador y leer estos cuatro relatos, es la tarjeta de presentación que me prepara para la mejor disposición. Gracias compañeros.
ResponderEliminarEm esta "Ciudad rosa" Juana resume con acierto esa otra realidad que no era ajena a los tiempos de aquella época. Feliz el reencuentro con el padre. Tristes las expectativas de Damiana que esperaría en vano la llegada. Y el título me parece muy evocador de la esperanza en sí.
ResponderEliminarEn su relato, nuestro compañero Carlos, cumple sobradamente con los deberes al hacer mención a un numeroso tipo de tarjetas perforadas o no. Además de hacer un gracioso guiño a uno de los relatos del libro de Santiago de los que más eco ha tenido en su lectura.
ResponderEliminarMuy bien Carlos, ya que te pones, a por todas.
Con "El club del último baile", por cierto, un título muy evocador, Santiago , a modo de reflexión, disertación o ensayo en primera persona, nos lleva a un terreno incomodo en donde es muy fácil perderse o caer en la melancolía. Mejor usar las tarjetas y disfrutarlas ignorando su caducidad.¿ No os parece?
ResponderEliminarCon esa atención a los detalles a la que nos tiene acostumbrados, María Isabel comenta el libro de Santiago, y más concretamente su portada. Buena reseña, compañera. Se nota que lo has leído detenidamente.
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