HABITACIÓN 312 ANTONIO LLOP
“En la habitación 312 hemos encontrado una cámara de vídeo
orientada hacia la cama”.
Marcelo Sancho, el subdirector del hotel Esperanza, recuerda
con preocupación las palabras que la mañana del día anterior le dijera la
gobernanta de la planta tercera. Pero, ahora tiene que esforzarse por olvidar.
Está en la sala de conferencias de su establecimiento, improvisada como aula de
examen. Elegirá cinco candidatos entre los más de veinte que se han presentado
para puestos de recepcionista.
Desde el estrado mira las mesas alineadas donde los
aspirantes realizan la prueba escrita. La convocatoria está restringida a
empleados de la casa: Camareras de piso, personal de mantenimiento, camareros
de bar, empleados de cocina y personal de seguridad. Precisamente, al final del
día anterior, el jefe de seguridad ya le traía a su despacho las primeras
investigaciones sobre el incidente de la 312.
-En recepción no tenían constancia de haber asignado esa
habitación a nadie. Oficialmente estaba vacía. La cámara que encontraron se
manipulaba desde el cuarto de la ropa contiguo. Pero no hemos encontrado ni
rastro del dispositivo de recepción de imagen. El archivo fotográfico sería
retirado por el espía. No le daría tiempo a desinstalar también la cámara por
la inesperada inspección de la gobernanta.
-¿Alguna sospecha sobre el autor? –preguntó Marcelo.
-Desde luego fue personal del hotel, de los que tienen
duplicados de las tarjetas de acceso a las habitaciones -contestó el detective.
Y añadió bajando la voz-: Y ¿sabe usted quien se hospedaba allí? Uno de los
vocales del Tribunal Supremo.
El jefe de seguridad concluyó:
-Para mí es un claro intento de extorsión. No me extrañaría
que al señor magistrado le hubieran metido en la cama a una pilingui, a saber
con qué intención.
Marcelo torció el gesto. Antes de que su subordinado saliera
de su despacho le dio una orden que el detective acogió con extrañeza:
-Investigue a los empleados por si alguno tuviera
antecedentes de trato con estupefacientes.
Ahora, desde su mesa de examinador, se siente impotente.
Sólo le queda esperar que el chantajista dé la cara. Se levanta y pasea por
entre las mesas. Todos los aspirantes sobre el papel. Alguna muchacha con unos
centímetros menos de falda le mira insinuante. Si supieran. Marcelo sonríe
amargamente.
Ya se lo dijo en su día el director cuando le confió la
misión de seleccionar al nuevo personal: “No quiero desviados. Los hombres, hombres,
y las mujeres, mujeres”. Por eso él fuerza constantemente rasgos viriles.
Algo que no le sirvió tres años antes. Le desarmó el brillo
en los ojos del vocal del Supremo cuando vino por primera vez. Entonces era
sólo un juez de prestigio y Marcelo el jefe de los recepcionistas. Sucedió al
pedirle la documentación. El cruce de miradas de dos personas con el mismo
problema, los dos acostumbrados a fingir. Aquel deslumbramiento mutuo tuvo su
continuación de madrugada en la habitación asignada al magistrado.
El siguiente encuentro no tuvo esa urgencia. Cuando el juez
vino a Madrid Marcelo ya le tenía preparada una habitación entre las
desocupadas del hotel. Y hasta el siguiente pleno.
Pero este año todo había sido distinto. A la mañana
siguiente del encuentro, Marcelo, como otras veces, esperaba en su despacho que
su amante viniera a despedirse cuando llamó a la puerta la gobernanta con la
terrible noticia.
El rostro del juez palideció cuando acto seguido Marcelo le
contó el incidente minutos después. El asunto era grave. Dentro de tres días
verían el recurso de un conocido mafioso condenado en primera instancia por
tráfico de drogas. Se esperaba una votación apretada en la que un voto
particular podría resultar decisivo.
Marcelo vuelve a su mesa. Ha de ocupar de nuevo su puesto
porque los aspirantes ya entregan los exámenes. Está confundido. Al día
siguiente se verá el recurso en el Supremo y los traficantes no han dado
señales de vida. Tal vez no hayan podido grabar nada aprovechable. Tal vez aún
pueda salvarse del escándalo junto a su amigo.
Alza la vista. Otras hojas entregadas por otro candidato.
Esta vez escasas y mal ordenadas. La mano firme que las sujeta, casi las
arruga. Y tras la mano una camisa de rayitas blancas y azules. Una camarera de
habitación de las que forman parte del paisaje; esa persona que cruza los
pasillos con su carro de ropa, desapercibida, camuflada en su insignificancia;
esa empleada a quien se le pide arreglar una habitación como se pide un café al
camarero.
-Señorita, ¿qué significa este examen? Si no está usted
preparada no debería pretender un puesto superior. No perdería usted su tiempo
ni nos lo haría perder a nosotros.
-Usted dice eso porque no ha leído el examen hasta el final
–contesta la candidata con una sonrisa-. Allí está lo más interesante.
Marcelo mira las hojas con temor, con esa premonición del
que presiente la fatalidad. Y tras la rúbrica que cierra la prueba las palabras
temidas: “Habitación 312”.
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YESTERDAY MANUEL
GIL
- ¡La
tarjeta! No me lo puedo creer, es la tarjeta que busqué hasta la extenuación,
¡Joder! La de veces que me he flagelado
por ser un puto desastre, y perder la mejor oportunidad de mi vida.
Exclamó Jorge, al encontrarla entre la madera y el
paspartú del marco de un
cuadro que pintó de adolescente y que le enmarcó su madre para su habitación. Debió colarse hasta hacerse
invisible.
-
Tantos años preguntándome qué alineación de astros se produjo para ponerme el
cielo al alcance de la mano y despacharme al purgatorio de una patada en el
culo.
Gloria Suelves, restauradora de arte, y un teléfono
móvil, sobre una superficie de cartulina con un toque de elegante diseño.
La acarició con suavidad y su mente voló veinte años
atrás, al 30 de mayo de 2004. Fue en la cola del concierto de Paul McCartney en
el estadio de La Peineta, sí, el que ahora es el de su Atleti, Allí la conoció,
haciendo cola horas antes del comienzo. ¡Era tan guapa! morena de pelo corto y
unos preciosos ojos verdes. Iba sola, como él. Los dos amaban a los Beatles,
hablaron y hablaron, parecían compartir todo y tuvieron la sensación de haberse
estado esperando toda la vida.
Ella estaba eufórica. Se había regalado el concierto como
premio de fin de sus estudios de restauradora. Le habló con entusiasmo del
arte, de cómo lo sentía, de cómo lo vivía. Él por su parte le habló de su
atasco con la carrera de derecho y de su incapacidad para situarse en el
futuro.
El concierto los transportó a otra dimensión, bailaron
bebieron, cada vez más cerca el uno del otro hasta que en el “Yesterday”
acabaron besándose apasionadamente.
Todos los tópicos de las historias románticas parecían
haberse conjurado en esa noche de mayo, como si la mano de un escritor
especialista hubiera preparado los ingredientes. Luna llena, aire cálido, esa
música que invadía cada recoveco de sus sentidos…
Y sí, los tópicos se hicieron realidad. Tras el
concierto, en el parque “El paraíso", a la luz de la luna. Hubo amor, hubo
sexo, hubo promesas, dicha desbocada. En definitiva les invadió una sensación
que nunca antes habían sentido.
En la despedida ella le tendió orgullosa la tarjeta que
había preparado para su aterrizaje en la vida profesional. Él la guardó con
mimo con la promesa de llamarla al móvil que aparecía en ella al día siguiente
mismo, porque aún no se había ido y ya empezaba a echarla de menos.
Despertó muy tarde, tenía resaca, pero algo bullía en su
interior. Le pidió el móvil a su hermano, el suyo lo había perdido hacía unos
días y buscó la tarjeta para llamar a Gloria.
No pudo encontrarla, revolvió cada centímetro de su
habitación, de toda la casa, pero todo fue inútil.
Ahora con veinte años de retraso la tenía en la mano y
tras contemplarla durante largo tiempo, cedió a una tentación.
-
Galería Suelves, buenos días dígame…
- Esto,
mmm ¿eres Gloria?
- Sí,
dígame, ¿Con quién hablo?
- Soy
Jorge
- ¿Qué
Jorge? ¿Nos conocemos?
-
Verás, yo buscaba una obra de arte…
- ¿De
mi galería?
- Es
una obra de arte, que perdí un 30 de mayo de 2004.
Se produce un silencio.
- A ver
Jorge, sabe que ocurre, que el arte es muy fluctuante, cambia de cotización y
hay que aprovechar los momentos en que podemos acceder a ciertas obras porque
si no, escapan y es imposible conseguirlas después.
-
Tienes razón, pero hay tantas cosas que me gustaría decir.
- Pues
lamento mucho no poder ayudarle, aunque de alguna manera me siento halagada y
le diré, que también para mí la fecha en que perdió su obra tiene un
significado especial . Buenos días.
- Jorge
¿Todavía no te has cambiado? hay que pasar por el Carrefour y luego recoger a
los niños, siempre igual, estás en las nubes.
Jorge sonríe tristemente, le da la vuelta a la tarjeta y
la guarda en el cajón. Se levanta para cambiarse y “ Yesterday” resuena en su
cabeza.
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LA CUENTACUENTOS ARACELI
DEL PICO
Las arrugas de
una piel curtida reflejaban el paso de los años. Reflejaban su sufrimiento. Y aun
así los ojos de Emilia brillaban siempre, llenos de luz y de esperanza. Cada
día al levantarse, metía su mano en uno
de los bolsos del mandil, y acariciaba aquella tarjeta arrugada y ya sin
letras. El paso del tiempo, los besos que en ella había depositado, y las
lágrimas que sobre ella había vertido, habían hecho desaparecer su escritura.
Eso no importaba, tenía grabado a fuego su texto y aquella declaración y
petición de matrimonio, que Justo, su novio, le proponía en la tarjeta.
Dos días
después, una llamada a deshoras y a la puerta de su casa, le llegaba una carta,
escueta, con un frio pésame y algunas prendas de Justo, aquel soldado, que le
prometió volver y que una bala en la frente, le impidió cumplir su promesa.
Se tapó la cara
con las manos y lloró tanto que pensó que nunca más tendría lágrimas para nada
ni nadie. Se engañaba. Las lágrimas son caudal inagotable que brota de los
recónditos sentimientos. Mientras lloraba, acariciaba su vientre, donde sentía
latir el fruto de aquel amor.
Pasó el tiempo y arropada por una vida armoniosa, la
bondad se apoderó de ella.
Tenía la
generosidad por bandera y era el paño de lágrimas de todo aquel que la conocía.
Emilia jamás daba un no por respuesta a nadie que necesitara de ella.
-
Emilia, oye que tengo que hacer un madao y no se
con quién dejar a los chiquillos. Podrías aguantarlos dos horitas más o menos
hasta que vuelva?
-
Caray Josefa que pregunta. Pues claro, donde van
a estar mejor que con mis nietos?.
-
Si pero siempre tienes un montón de cosas que
hacer y tú ya tienes tres niños a tu cargo y estos dos míos son de cuidao.
-
Quiá, son como todos. Los siento a mi lao, les
doy una tostá con pan aceite y azúcar y les suelto un par de cuentos que me
invente y pa’lante. Ve tranquila y tarda lo que sea menester.
-
Hija, no sé cómo agradecértelo…
Un rato después
estaban los cinco niños juntos y una algarabía resonaba en toda la casa. Hasta
tanto llegaba la hora de la merienda, intentaba recoger todo que pudiera ser un
peligro para los críos y maquinaba en su mente el cuento que se iba a inventar.
Y de cualquier rincón reclamaban su presencia.
-
Abu, puedo coger la bici.
-
Emilia, te puedo regar las plantas?
Respondía sí o
no dependiendo de la solicitud. Y se miraba al espejo a contemplar su “cara
añosa” como así la llamaba ella.
No fue consciente
aquel día del tiempo que transcurrió repasando sus recuerdos. Más del habitual.
Se le vinieron a la mente los recovecos de juventud. De las dudas que tuvo en
aceptar a aquel pretendiente, impuesto, y que resultó ser un marido
extraordinario. De tal ensimismamiento, le sacaron las voces de los niños. A
gritos respondió. ¡Que ya voy ¡
Y comenzó el
ritual del cuento tras la merienda. Las dos cosas fueron celebradas por los
chavales, que pedían nuevas historias.
-
No queréis otra tostada?
-
Mejor otro cuento.
Cuando Josefa
vino a recoger a sus hijos, los niños repitieron una y otra vez lo que habían
disfrutado con las leyendas de Emilia.
-
Gracias Emilia. Es una bendición tenerte como
vecina.
-
Es una bendición tener oyentes como tus hijos.
Tráelos cuando quieras.
Se quedó a
solas con sus nietos y le preguntaron:
-
Abu de donde sacas esas historias. Porque todo
es mentira y lo cuentas tan bien que parece real. Cuando nuestros padres vivían
antes de morir en ese fatal accidente, les pedíamos que nos relataron cuentos y
ellos no sabían. O no querían …
-
Claro que hubieran querido, pero ellos, no
habían tenido la fuente de inspiración que tuve yo.
-
Eso no nos lo has contado nunca. Y esa fuente, ¿cuál
es?
-
Mejor preguntad, cuál fue. Sentaos ahí, mientras
preparo la cena. Y mientras os hablaré, tal como a mi llegó.
Y comenzó:
Érase una vez una aldeana, que se enamoró de un príncipe.
Hermoso y Justo. Se vieron por primera vez en la fuente, que había lejos de la
plaza del pueblo. Y a primera vista el príncipe se enamoró de ella. Y ella de
él. En la fuente celebraban sus encuentros. La conquistó contándole increíbles
historias, mientras tocaba su cítara.
-
Y qué pasó luego, abuela? Se casaron?
-
Pues…, no sé, no recuerdo. Creo que hoy estoy
más cansada de lo habitual. Si recogemos pronto, y pronto nos vamos a la
cama, mañana habré recordado el cuento y
os prometo relatarlo con todo detalle.
Con tal ilusión,
ayudaron a la abuela, y se fueron a
dormir.
Emilia, con
pereza soltó su moño. Sacó la deslucida tarjeta del bolso de su mandil y la
acercó a sus labios. Mientras miraba con ternura, su foto de novia. Vestida de
negro y el ramo de flores silvestres que mantenía en las manos. Las lágrimas se
deslizaron por sus mejillas, mientras musitaba. Gracias, muchas gracias a los
dos.
Con un narrador en tercera persona, testigo y omnisciente, Antonio nos sitúa en la habitación 312, de un hotel para descubrir una trama en la que los secretos cobran especial protagonismo. El uso del diálogo aumenta el interés por descubrir el misterio que oculta un amor prohibido. Muy interesante la puesta en escena .
ResponderEliminarCon el título de una mítica canción y la referencia a un concierto acontecido hace veinte años, Manuel evoca , revestida de nostalgia, lo que pudo ser una bonita historia de amor y que por, digamos el azar y un tarjeta desaparecida, pasó al rincón oculto de la ensoñación. De nuevo una tercera persona con un dialogo muy escénico, nos sitúa en dos ambientes muy diferentes. El de la nostalgia y el de la realidad.
ResponderEliminarCon un melancólico giro al pasado, Araceli, nos narra una historia cercana y verosímil en donde, de nuevo el destino, trunca lo que hubiese podido ser una bonita historia de amor. La bondad de la protagonista le llena de encanto y atractivo, en especial para los niños que tan bien saber captar la magia de los cuentos.
ResponderEliminarGracias una semana más por vuestros relatos......
ResponderEliminarHistorias de ayer, que bien podrían ser de hoy también, buenos y amenos relatos, gracias por ellos.
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