UN CAFÉ, POR FAVOR ANTONIO
LLOP
El pitido de alarma
por pisar líneas de separación de carriles en la carretera sobresalta a Luis.
Había cerrado los ojos de forma involuntaria. Se despereza en busca de un lugar
propicio para parar el coche y tomarse un descanso. Según el GPS solo le quedan
unos seis u ocho kilómetros para llegar a su destino pero no quiere arriesgarse
a seguir. Lleva conduciendo casi siete horas seguidas y las sombras de la noche
acaban de caer sobre su parabrisas. Tras una larga ausencia y con motivo del
decimoquinto aniversario de la muerte de sus padres va a visitar su tumba en el
cementerio de Valverde, un pueblito de La Rioja alavesa. Y ha tenido que salir
rápidamente de Sevilla después de su jornada laboral porque solo le han
concedido un día de permiso.
Por fin vislumbra
una luz a un lado de la carretera. Es el neón de un bar, donde se detiene. En
un ambiente cálido varios clientes se reparten en las mesas. Se acerca a la
barra donde un solícito camarero se le ofrece para servirle.
-Un café solo, por
favor.
No pide nada de comer porque sus tíos le esperan en el pueblo para cenar y pasar la
noche.
-¿Qué tal está la
carretera? –pregunta el camarero.
Luis decide que
conversar le viene bien para vencer el sueño y le cuenta que vivió en Valverde
toda su infancia y primera juventud pero que luego se trasladó a Sevilla tras
la muerte de sus padres. Ahora vuelve a su pueblo para visitar su tumba. El
camarero le refiere que él también es de ese pueblo pero no recordaba haberlo
visto nunca.
-Es normal. Quince
años es mucho tiempo. Seguramente nos hemos relacionado de niños alguna vez.
Le pide novedades
de esos años de ausencia y el otro le cuenta cosas curiosas, alguna de las
cuales ya conocía por las conversaciones telefónicas con sus tíos. El café
cargado y la animada charla le despiertan y decide continuar su viaje.
-Cuidado con la
curva del puerto –le advierte el camarero al despedirse.
Luis recuerda que
había que subir un pequeño puerto de montaña antes de llegar y tras bajar la
primera curva se veían las luces del pueblo en el valle.
Llega sin novedad a
casa de sus tíos que le abrazan emocionados después de su larga ausencia.
Mientras su tía trastea en la cocina con la cena le comenta a su tío que se
había detenido en un bar a unos seis kilómetros del pueblo a tomarse un café
para desperezarse. El anciano le mira de forma extraña.
-¿Dónde dices?
-Antes de subir al
puerto. Un bar de carretera.
-¡Ah, el antiguo
bar de Patxi! Pero ese establecimiento lleva varios años cerrado. Tras el
accidente nadie ha querido hacerse cargo de su explotación. Los gamberros ya lo
han destrozado.
Luis no insiste. Ha
sabido por su tía que su esposo tiene problemas de memoria. Ni siquiera quiere
confirmar esa noticia con ella, que sigue en la cocina.
Al día siguiente
van los tres al cementerio con sendos ramos de flores. Antes de llegar a la
tumba de sus padres, Luis se fija de pasada en otros túmulos. De pronto le
llama la atención un retrato incrustado en la base de la cruz de una lápida. Es
la imagen de alguien parecido al camarero. Por curiosidad, pregunta a su tía
señalando la fotografía.
-¿Quién es?
-Es Patxi, el hijo
de Los Vascos. Se mató en la curva del puerto una noche que regresaba a casa
tras su trabajo en el bar. Una pena.
Luis ya no sabe qué
pensar. Sus dos tíos están ya con problemas mentales. Ha escuchado leyendas
urbanas sobre camareros fantasmas o muertos en curvas que reaparecen. Pero él
no cree en esas cosas.
A primera hora de
esa tarde, al regresar a Sevilla, se detiene al llegar al sitio donde calcula
que la noche anterior se encontraba el bar. Es un local abandonado donde
alguien se ha dedicado a romper a conciencia las cristaleras. Entra con cuidado
de no tropezar con los vidrios y cascotes. Le llama la atención algo en el
extremo de lo que queda de barra. Se acerca y se asombra de ver una taza nueva
con restos de café.
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LA VISITA QUE NO LLAMÓ MANUEL
GIL
- Oh, dios! ¿Cómo
puede ser? Y esta precisamente, la que menos me impresionó.
Decía, sujetando la puerta del baño con la cara
desencajada.
- ¿ A quién
llamo, qué hago?
Ruidos de golpes descontrolados sonaban dentro.
Era escéptico ante casi todo lo que requiriera un mínimo
de fe, o de buena fe, según queramos entenderlo.
Los últimos días había asistido en el centro cultural de
su barrio a unas conferencias sobre leyendas urbanas y le asombraba ver cómo
había gente que consideraba alguna de ellas como algo cierto. Todo el mundo
parecía conocer a alguien que había vivido la experiencia de la chica de la
curva, pongo por caso.
Además de haber un montón de pueblos con sus curvas donde
solía dejarse ver la célebre aparecida.
Esta y otras leyendas urbanas habían sido tratadas y
comentadas en las reuniones y él, fiel a su escepticismo, lo había pasado bien
debatiendo y dando su racional opinión, ante estas historias que eran
interesantes y atractivas, pero a su juicio, eso, simples leyendas urbanas.
Llevaba unas noches en los que tenía sueños cercanos a
las pesadillas con autoestopistas a los que recogía y que decían haber llegado
a su destino a la puerta de un cementerio, o con llamadas telefónicas de algún
fallecido que le citaba en un lugar y mientras estaba yendo allí, una explosión
destruía su casa.
Otras veces un ruido extraño lo despertaba, y le costaba
dilucidar, si había sido real o producto del sueño. Se recriminaba a sí mismo el caer en esas simplezas, pero
estaba realmente obsesionado con el tema.
Esa madrugada oyó golpes y un ruido extraño como si algo
áspero se frotara contra algún objeto. Saltó de la cama y cuando abrió la
puerta sintió frío en los pies. Había agua en el suelo.
-
¡Joder! Lo que me hacía falta alguna tubería que se ha roto.
Enfiló hacia el baño. Le costó abrir la puerta, parecía
que algo la sujetaba por el interior.
Cuando logró abrirla sus ojos se dilataron: el suelo con
agua sucia y fango, la tapa del inodoro arrancada.
Y allí estaba, con su mirada reptiliana y desafiante, un
imponente caimán brillante y pardusco.
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INQUIETUD
JUSTIFICADA ARACELI
DEL PICO
El ir y venir continúo, bajar por las
escaleras a velocidad de vértigo, intentar colgarse de la lámpara, estar dando
chingoletas, era algo a lo que ya estaban acostumbrados los padres de Raimunda.
Lo sufrían con paciencia y no le dieron mayor importancia.
No eran
personas que se relacionaran demasiado con los de su igual y con casi nadie.
Una niebla envolvía su matrimonio y para evitar explicaciones, contadas
personas de su círculo, visitaban la casa.
Pero un buen
día, oyeron voces sin saber a ciencia cierta de donde procedían y por más que
trataron de averiguar de dónde, no hubo forma de localizarlas.
Por otra
parte, el comportamiento de su hija era más templado. Mucho más sosegado. E
incluso parecía más feliz. Antes, aparte de su aptitud excesivamente inquieta,
era huraña, huidiza y a todas luces antipática.
Decidieron
abordarla para saber si también ella había oído las extrañas voces.
-
Hija, nos encanta que estés más sosegada. Te
vemos tranquila y tu cara de felicidad, nos hace más felices a nosotros.
-
¿Sí? Pues cuanto me alegro.
-
¿Y eso es todo lo que tienes que decir?
-
Eso es todo.
-
No hace falta que seas tan escueta. Algún motivo
habrá, digo yo. Y no estará relacionado con unas voces que oímos en alguna
parte de palacio de vez en cuando.
-
ser.
-
Vamos Raimunda, por favor intenta ser más
explícita. Tu actitud es desquiciante.
-
¿Mi actitud?
Dio media vuelta y se fue, dejando a sus padres más
perplejos que antes de iniciar la conversación. Las voces se siguieron
escuchando con mayor o menor claridad. A veces eran un rumor imperceptible, y
otras eran risas calladas y con más frecuencia jadeos largos, donde claramente
se oía decir… más, más, más…
Tiempo después, una reseña en el obituario del periódico
La Patria, decía que : El marqués de Murga y Reolid y su esposa, ruegan una
oración por el alma de su hija Raimunda.
Muy buenos los tres. Gracias
ResponderEliminarCuentos, leyendas, y Misterios. Cuantas noches al amor de la lumbre las escuchaba de los mayores con los ojos como platos. Geniales e imaginativos relatos.
ResponderEliminarSiempre me ha gustado esta temática........ He disfrutado con vuestros relatos. Gracias
ResponderEliminarEl relato de Antonio "De leyenda" tiene un tono tan verosímil y cercano que se lee casi sin respirar sintiendo el sobresalto del final con esa taza con restos de café que casi podemos tocar. Estupendas la ambientación y las descripciones. Enhorabuena.
ResponderEliminar"La visita que no llamó" de Manuel nos siembra la duda desde el primer párrafo y juega hábilmente con el lector rememorando leyendas inquietantes para, desde el escepticismo del protagonista, encontrarse con la más inesperada de las sorpresas....Muy original e inquietante. Enhorabuena.
ResponderEliminar"La inquietud justificada" de Araceli a pesar de la brevedad del relato crea intriga y cierto sobresalto dejando la puerta abierta a la imaginación del lector...Sin poderlo evitar, el nombre de la protagonista, me ha llevado al palacio de Linares y he trato de descifrar el misterio que mató a Raimunda pero creo ver el guiño de Araceli y su sonrisa para que cada uno de nosotros saque sus propias consecuencias. Enhorabuena.
ResponderEliminarUna buena dosis de leyendas urbanas, ¡Qué atractivo ha tenido siempre algo inaudito! y qué dispuestos estamos a comprarlo. Creo que necesitamos de estas historias para llenar huecos de la imaginación. Aquí se puedesn rellenar algunos.
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