OLORES DE COLORES
CARLOS BORT
OLORES DE
COLORES
La banda
daba notas de lavanda,
a espliego
olía el pliego en su descargo,
a pan mohoso
el oso en su letargo
y a Dios
olía el incienso, como Él manda.
Hay aroma de
azahar en la naranja
y hoy nos
huele a revuelo el palomar.
No es raro
que el océano huela a mar
ni sentir el
estiércol en la granja.
De borrar es
la goma con su aroma
a tardes de
colegio y a borrones.
A rocío
huele el aire cuando asoma
el sol que
huele fuerte a vacaciones
en playas
con fragancia monocroma
de fotos
rancias y viejas canciones
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AROMA DE
AMOR
MANUEL GIL
AROMA
DE AMOR
Huele
bien el despertar, si tu piel
es la
que está rozando mis sentidos,
si la aurora invita a dejar el nido
y
cuesta desprenderse de la miel,
del
olor de tu cuerpo amanecido.
Tienen
tus labios magia del clavel
que en
rojo intenso en los míos de papel
imprime
la huella de un beso prohibido.
Siempre
estás en mis aromas presente,
a sal
en las lágrimas derramadas,
huele a
chicle tu boca adolescente.
Bajo la
mansa lluvia, a tierra mojada,
aromas
que rebusco impaciente,
porque
sin ti, casi todo huele a nada.
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REYES SENTIDOS ANTONIO
LLOP
Cuando era niño, las mañanas después de la noche de Reyes
siempre han estado protagonizadas por mis sentidos.
Aún me duraban los restos de la primera etapa de la vida en
la que buscas el placer con la boca cuando tras la noche de Reyes de mis seis
años chupé la goma de aquella pelota que encontré a los pies de mi cama. Me
llevé una gran decepción porque en mi carta a los Magos yo no había pedido
aquel regalo, ni la pistola de calamina que estaba al lado. Había escrito en
una hoja de papel con mi mayor ilusión y mi infantil caligrafía: “Queridos
Reyes, quiero un balón de fútbol y el traje completo de vaquero, con su colt
45, cartuchera y sombrero”. Pero yo aún no sabía que los Magos eran mis padres
y que tenían problemas de dinero. Y que solo podían comprarme aquella frágil
arma solitaria, y no la robusta de mis héroes de la tele; y aquella pelota
infantil en lugar del balón de reglamento. Así que el sabor de aquellos Reyes
fue el amargo de la goma.
Poco me duraron aquellos regalos. La pelota me la coló en un
tejado un niño mayor de una fuerte patada, y la pistola de calamina se me cayó
un día al suelo y se me rompió al pisarla inadvertidamente.
Sin embargo, los Reyes de mis diez años fueron otra cosa. Me
aportaron la fragancia más agradable que existe: el perfume que desprende el
papel de un libro nuevo. En aquel tiempo yo ya sabía que los Magos regaladores
eran mis padres y no les pedí nada, en espera de una sorpresa. Y lo fue. Me
compraron varios ejemplares de la biblioteca juvenil de Julio Verne. Ese regalo
estimuló todos mis sentidos. Olí intensamente cada uno de los libros, y pasé mis
dedos con delectación por los adornos de cartón rígido de sus portadas. Luego
los abrí y paseé mi vista por las ilustraciones antes de beberme sus letras y
vivir la historia de un viaje al centro de la Tierra, subir en un globo
aerostático o sumergirme en un submarino durante 20.000 leguas.
En esa ocasión nadie rompió mis regalos, que aún conservo.
Mis sensaciones fueron cambiando con los años a la par que
mis ideas. Mi pacifismo actual nunca me haría desear una pistola. Y aquellos
“Queridos Reyes” (aunque sé que eran otros reyes) se compadecen mal con mi
republicanismo posterior.
Pero el olor y el tacto de aquellos libros de Julio Verne
que abrieron mi afición por la lectura permanecerán siempre conmigo.
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HUEVOS FRITOS. DE REPENTE ARACELI
DEL PICO
Hace una tarde desapacible, nada
primaveral. La lluvia, el viento y otros elementos negativos me tienen recogida
y feliz en casa. Decido que es el día ideal, para poner en orden algunas cosas
y guisar algo rico. Hoy comeré caliente.
En tal empeño, me dirijo al mini
cuarto de estudio, con el fin de colocar algunos libros y ya que estamos
repasarles y quitarles un poco el polvo.
¡Ay que ver cuánto libro y cuántos papeles en un espacio tan reducido¡ Y en esas estoy, cuando tengo la mala idea de
sacar a la luz un álbum de fotos, de cuando eran de papel. Vamos un álbum como
Dios manda.
Es de hace años, cuando estuve en Edimburgo. Primero me llama la
atención mi rostro, que tiene cierto parecido con el actual…, solo cierto.
Porque a no ser por la ropa, que
todavía conservo y me sirve, casi lo dudo.
Abro el álbum por el medio y entre otras cosas, veo una foto que
hice en la National Galery de Escocia donde aparece un cuadro de Velázquez, que
siempre me fascinó. Tan solo tenía diez y nueve años y hacía uno que se había
graduado como pintor y ya parece la obra de un maestro excepcional. Es un óleo
sobre lienzo: LA VIEJA FRIENDO HUEVOS. La mujer (que dicen podría ser su
suegra), perfecta en su expresión en cierto modo ausente. El cuadro de carácter
tenebrista, y la pintura que en si
conforma un claro bodegón. El muchacho se le acerca con un melón en la mano y
una botella de vino en la otra, el cesto y los cucharones colgando de la pared,
almirez y cebolla sobre la mesa. Pero y esa vieja, que cocina sobre un infiernillo
unos huevos, que de tener un trozo de pan a mano, darían ganas de untarlos? Se
ve brillar el aceite. Y sus firmes manos tan arrugadas, se disponen a cascar
otro huevo, al borde de la sartén. Las miradas no se cruzan y la del espectador
se pregunta, porqué? Creando así un halo de misterio.
Me cuesta trabajo separar la
vista de la foto. Dejo de verla como foto y delante tengo el lienzo que admiro
ensimismada. En ese instante un ligero tufillo a humo, me despierta del embrujo.
Salto a la cocina, miro la vitro, con su cazuela encima que hace un rato
brillaba que daba gloría y ahora está completamente negra de luto total. Abro
la tapa y las lentejas que había preparado con todo esmero, son del mismo color
de la cazuela. Adiós comida. Y adiós cazuela.
Así que resoluta decido preparar
una ligera ensalada y dos huevos fritos. Me salen estupendos, con puntillas y
una yema redondita donde dejo caer un toque de pimentón de la Vera y unas gotas
de vinagre, muy poco. Antes de que se enfríen me dispongo a comerlos, sin que
falte un buen trozo de tierno pan, y una copa de Ribera. Pero aunque reales,
miro la foto del cuadro y sin duda Velázquez me gana por goleada.
Pero os puedo asegurar, que estaban sabrosísimos.
Sabores a huevos fritos, a goma amarga, a chicle de adolescencia y a frutos diversos, pero el mejor sabor el regusto de leer poesía y relatos tan geniales.
ResponderEliminarQue dos poemas sustanciosos abren este oloroso apartado. Y que pluma la de Antonio, que perfila con detalle su infancia, para hacernos llegar el olor y la satisfacción de conseguir su regalo de reyes predilecto. ¡ los libros ¡.
ResponderEliminarY que suerte tenemos de que nuestro guía, haya creado este espacio para reflejar diversas emociones. Buen finde a todos.
Dos sonetos extraordinarios de Carlos y Manuel encabezan esta sección de temática sabrosa o colorista. Araceli la finaliza con la aportación de unos huevos fritos tan bien descritos que se huelen tras el cuadro en el que están pintados.
ResponderEliminarUn aroma, un sabor, pueden transportarte a diferentes momentos, porque tienen un gran poder evocador. Poder que aquí en diferentes formatos vienen a confirmarlo loss autores.
ResponderEliminarAsomarse a esta ventana, aunque sea virtual, me trae sabores y recuerdos, hermosos versos, relatos y esencias en la que me gusta recrearme a pesar de haberlas leído antes. Enhorabuena compañeros.
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