PLASTICENO GUIPUZCOANO CARLOS BORT
La pasión de ella era la botella.
Él, Josemari, era aizkolari. Josemari cortaba troncos de
árboles con su bigote de plástico reforzado al cromo-vanadio. Como aquel empleo
no daba para mucho, Josemari se alimentaba de plásticos que encontraba por el
campo, con lo cual su cuerpo iba progresivamente plastificándose, a la vez que
su cerebro se asnaba más y más. Tal era el caso que los lugareños, al verlo
salir de casa de madrugada con el afilador de bigotes en la mano, solían decir "mira
ahí va Josemari a asnar".
Ella se llamaba Ana y entre sus aficiones ocupaba un lugar
importante la de hablar inglés sin saber. Pero su pasión, como ya hemos dicho,
era la botella. Cualquier botella que contuviera un líquido de elevado grado
alcohólico. Aunque en su aldea guipuzcoana nunca faltaba un buen pacharán
casero, ella prefería el aguardiente a palo seco, sin el azúcar ni el aroma de
las endrinas. En el txoco de la localidad la conocían como "Ana la de la
botella" porque siempre iba y venía con una en la mano.
Una mañana en que Ana salió a depositar en el contenedor de
vidrio su cotidiana carretilla de cascos vacíos, se cruzó con Josemari que
volvía con los bolsillos llenos de troncos de Sequoiadendron aibadios.
Al ver aquel bigote cuyos dientes de sierra relucían, ella
cayó prendada. Lo que enamoró a Josemari fue una bonita frase en inglés-camelo
que Ana le dijo, de la cual él sólo entendió tres palabras: "café con
leche".
Ese día comenzaron una desenfrenada carrera de relaciones
íntimas, tala de árboles y vaciado de botellas. Hasta que su amor dio fruto en
una niña toda de plástico y en forma de botella.
Tras abandonar a la botellita en el bosque, Ana y Josemari
se afiliaron al PNV y comenzaron una campaña subterránea para conseguir la
independencia de su comarca.
Para que luego digan que el territorio no marca el destino
de las personas
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CURIOSIDAD ARACELI
DEL PICO
Aquel relajado paseo, le hizo sentir bien. Un
día gris había pesado sobre él. Tenía varias cosas que resolver y no veía el
modo de entrar en los problemas y resolverlos. Vio algo que brillaba a través
de la alambrada cubierta casi en su totalidad por una espesa enredadera. Pisó
el césped y apartó la masa boscosa para ver de dónde procedía esa luz cegadora.
Detrás un asqueroso estercolero, se ocultaba
tras el cuidado parque, y detrás de él, las vías del tren de cercanías
vertebraban la zona en dos.
Entre mil restos de comida en descomposición
había una botella de plástico de donde partía el brillo. Su curiosidad fue
mayor que el asco que le producía la vista de aquella podredumbre. Intentó
bajar saltando la alambrada. El acceso no era fácil, pero lo consiguió.
En tal intento, un hilo de metal rasgó una de
sus piernas de donde comenzó a salir un poco de sangre. Nada preocupante. Dijo para sí.
Una vez la botella de plástico en sus manos
la abrió con ansiedad. Los rayos de sol incidían sobre el cristal que había
dentro y el brilló le cegó. Intentó forzar la botella, romperla con sus dedos
para extraer el cuerpo que brillaba, fue imposible. Y sin soltar su presa
decidió subir por la pendiente, cuando una serie de roedores le asaltaron.
Pidió auxilio mientras el tren a toda velocidad volaba sobre las vías.
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VIDA EMBOTELLADA MANUEL
GIL
Issa jadeaba fatigado tras el intenso entrenamiento. Acudió a su bolsa, agarró la botella de agua y bebió con avidez. A su negra piel el sudor le confería un brillo de charol. Estaba feliz. Solo tenía 16 años, y el ojeador de uno de los grandes clubes de primera le había prometido una ficha, algo con lo que siempre había soñado. Con la botella en la mano, una imagen acudió a su mente, la de un pequeño altar que Aminata, su madre, tenía en casa donde una botella similar compartía espacio con ídolos de su cultura africana e imágenes de vírgenes y cristos en extraño mestizaje. Nunca supo por qué. Manías, sonrió pensando en esa mujer que lo sacó adelante sola y le había dado todo.
Había arrojado al mar los cuerpos sin vida
del resto de mujeres y niños y los de varios hombres más fuertes y jóvenes.
La rotura del motor los había dejado a la deriva hacía ya diez días. En la tormenta que estuvo a punto de engullirles perdieron las provisiones y el agua, llevaban tres días sin beber. Algunos en su desesperación habían ingerido agua de mar, diarreas galopantes y la total deshidratación precipitaron sus muertes.
Sin embargo, ella aún estaba viva,
abrazada a su hijo de meses. Seydou, pensó que el bebé estaría muerto,
últimamente no le oía llorar, cuando ese sonido, para él insoportable, había
sido lo habitual los primeros días de viaje.
LA OBRA DE ARTE ANTONIO
LLOP
Salí con mi amigo Jaime de una
exposición de arte contemporáneo a las que él es muy aficionado.
-Pues qué quieres que te diga, Jaime,
pero a mí el arte abstracto no me convence.
-No sabes lo que dices, Antonio. Yo
salgo emocionadísimo.
Le razoné que no terminaba de
encontrar el sentido oculto a toda esa serie de obras hechas con basura y
materiales de desecho. Que no entendía por ejemplo la fama de esa figura del hombre
delgadísimo y larguirucho hecha de bronce.
- ¿”L´homme qui marche”? ¿La obra de
arte más icónica de Giacometti, la joya de la exposición? ¡No lo dices en serio!
Mira el catálogo: “captura la esencia de la existencia humana y su relación con
el tiempo y el espacio”.
- ¡Nada menos! –exclamé-. Pues yo opino
simplemente que el escultor se equivocó en las proporciones; y luego contrató a
alguien para que inventara una descripción alucinante con eso conceptos
abstractos de esencia, existencia, tiempo, espacio…
-O sea, amigo Antonio, que ¿para ti
el arte abstracto es solo un error con un escritor imaginativo detrás? Qué
simple eres. Lo que sucede es que no sabes mirar.
No discutí su argumento, pero me
picaba su rotundidad. Por eso le lancé un desafío:
-He leído en un cartel de la entrada
que iban a hacer otra exposición con artistas aficionados y que se abría el
plazo de admisión de obras. Pues bien, yo me presentaré.
-No me digas. ¿Desde cuándo tú haces
creaciones artísticas?
-Desde ahora mismo –dije mirando de
soslayo la botella de plástico de medio litro de agua que había comprado por si
tenía sed.
Le dejé con la incógnita de mi obra.
Antes de que venciera el plazo me acompañó al despacho donde se seleccionaban
las creaciones. Llevaba mi botellita bien empaquetada con papel regalo. Nos
recibió un tipo con coleta, gafas redondas de distintos colores y las orejas
llenas de aros.
Desgarré el paquete y lo puse encima
de la mesa. Al verlo, Jaime aguantó la risa. El raro ni se inmutó. Solo me preguntó
qué representaba y el título que le pondría. Serio, con aplomo y voz segura le
dije:
El título es “Depredador caníbal”.
Quiero dejar constancia de la amenaza que para nuestra especie tiene este
producto que tarda casi quinientos años en desintegrarse.
El tipo impertérrito, solo añadió:
-Puede valer, pero le diremos a
nuestros creativos que lo reflejen en el catálogo de una forma… digamos, más
imaginativa. ¿Alguna iluminación especial?
-Sí, sí, quiero que el foco le dé un
tono azulado a la trasparencia para destacar la falsa inocuidad de este
producto.
El hombre nos prometió que así se
haría. Nada más salir, Jaime me dijo con ironía:
-De acuerdo has conseguido colársela
a uno de estos fulanos que gustan de lo estrambótico. Pero no pretenderás que
nadie te compre esta mierda.
Como seguía picándome, envidé con la
apuesta:
- ¿Si consigo veinte mil euros por mi
obra aceptarás mis argumentos sobre el arte abstracto?
Aceptó con una sonrisa conmiserativa.
El día de la exposición el local se
llenó de gente estrafalaria que deambulaba de una obra a otra. Entre otras
creaciones más o menos excéntricas estaba mi botellita de un euro quince sobre
un estradillo. En un aparte busqué a la mujer de la limpieza que andaba por los
servicios y la expresé mi contrariedad al oído. “Hay que ver lo guarra que es
la gente”, me dijo al tiempo que me seguía. Con toda naturalidad recogió mi
botella de plástico, la arrugó y la metió en una bolsa amarilla que portaba en
su carrito. Me acerqué a Jaime que andaba haciéndose el entendido.
-Has perdido la apuesta –le dije-. Ya
no podrás darme la paliza con el arte abstracto.
- ¿Cómo?
-La señora de la limpieza ha
destrozado mi botellita. La he advertido que alguien se la dejó olvidada sobre
el estrado.
-No te entiendo…
Le miré y le dije con un guiño:
-Olvidé decirte que el organizador
había asegurado cada obra por veinte mil euros.
Botellas que contienen tesoros, y los narradores nos cuentas historias preciosas con ellas, a pesar de ser de plastico
ResponderEliminarCuando te hablan de botellas piensas en su función, contener algo: agua, objetos extraños... incluso genios que sueñas van a escapar al abrirlas, y concederte deseos. A veces las ves simplemente como objeto en sí. La imaginación de los autores se ha puesto de nuevo a prueba.
ResponderEliminarParece que una botella de plástico, como hilo conductor de un relato imprevisible, no es una idea práctica. En la literatura, las ideas no tienen que ser prácticas , si no precisamente eso, imprevisibles. Gracias compis.
ResponderEliminarEl plástico como tal y sobre todo formando parte del recipiente que contiene todo lo cotidiano en formato líquido que podamos encontrar, estimula la imaginación y provoca esta disparidad de cuentos y poemas que dan fe de la imaginación a la que nada se resiste por común y simple que sea.
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