POR CULPA DE UN ESPEJO JUANA DOMÍNGUEZ
No sé cómo he llegado aquí, me miro y no me conozco. Me han
contado una historia de la que no recuerdo nada.
Era fin de semana, abril, primavera, el campo debía estar
espléndido, en el garaje sentado en el coche saque la guía Michelin, buscaba un
destino próximo no más de doscientos kilómetros decidí. Marque un círculo desde
mi posición. Al norte, iría hacia la sierra, el hayedo de Montejo no está lejos
y allí podría encontrar naturaleza, comida y alojamiento.
Llegué temprano, el pueblito de calles estrechas estaba
repleto de coches. Me dirigí a la oficina de turismo, me dieron un plano y la
entrada al hayedo, tenía que esperar mi turno de entrada. Frente a la oficina
un bar invitaba a sentarse en sus mesas al sol de la mañana, unos cuantos
visitantes ocupaban las tres mesas cercanas a la mía. Revise mi mochila, tenía
agua y una gorra para resguardarme del sol que amenazaba calentar a lo largo de
la mañana. Estaba contento, el parque estaría espectacular y no éramos muchos
para la vista guiada, por lo que nos daría tiempo a disfrutar de las hayas y
las plantas que estarían brotando debajo de ellas.
Desde mi mesa vigilaba el coche, por si al dueño de la casa,
donde aparque, le molestara para salir, cuando se acercará mi hora lo llevaría
al parking. Y sí, el señor salió de la casa con un garrote en la mano, me
levante de la mesa y fui hacia el coche.
-Señor ahora le quito el coche, perdone, aparqué un segundo
para buscar una entrada para el hayedo.
Es todo lo que recuerdo.
Estoy en un hospital,
el brazo derecho con una escayola sobre el codo, la pierna izquierda
escayolada hasta la ingle, la cabeza la tengo cubierta por vendas. Una
enfermera me contó anoche, cuando desperté, que había tenido un accidente.
-Buenos días. Un policía está en la puerta de mi habitación.
-Buenos días – contesto.
-Soy el inspector Martínez, me han dicho que ya había
despertado usted y vengo para tomarle declaración.
-Pues no le voy a poder contar mucho no sé qué me ha pasado.
-No recuerda usted el accidente?
-Pues no - le relato mis últimos recuerdos y a continuación
él me cuenta lo sucedido.
Los ocupantes de las mesas donde me senté, habían prestado
declaración en el cuartel de la guardia civil de Montejo. Mientras yo hablaba con el señor de la casa,
vino un camión y me atropelló al cruzar
la calle. No me vio al doblar la curva. El espejo de seguridad de tráfico, de
la esquina estaba roto.
----------------------------------------------------------------------
EL INTRIGANTE ARACELI
DEL PICO
Era un tipo
verdaderamente singular. Ojo, digo singular, que no buena persona. Más bien
todo lo contrario. Había alcanzado esa edad en la que se acaricia la
jubilación, como un bien preciado para hacer aquello que más te gusta. En su
caso, joder al prójimo. Y lo disfrutaba con verdadera ilusión, porque es algo
que llevaba ensayando desde nueve meses antes de nacer.
Tenía tal habilidad,
que conseguía sacar de quicio a todo aquel que se le pusiera por delante.
Casado. Con una santa mujer, que a todo decía amén y le reía las gracias. Y así
se llevaban bien. Alguna vez le había sido infiel. No porque la novedad que
tuviera delante mereciese la pena, sencillamente por hacer de todo y si era
fuera de los límites tanto mejor.
Llegaba a casa y se
lo contaba, medio en broma y sólo por fastidiar. Ella, ¿se lo creía? Le quedaba
otra por dentro. Pero el granuja si tenía marcados dotes de seducción y de ello
se valía.
Cuando se ponía
delante del espejo, cuidaba la imagen, como si de un noble se tratara. La
realidad es que era un ridículo que trataba de quitarse años, vistiéndose con
ropas tan ridículas como él. Entre otras
cosas se enfundada unos vaqueros rotos, que tenían más rotos que tela. Y unas
camisetas negras, llenas de esqueletos y desteñidas, que no iban a tono con el
corte de pelo a lo nazi, el bigotillo recortado, y él muy bien rasurado. Eso si,
las orejas llenas de aretes. A lo capitán Sparrow. Las camisetas negras, le
atraían de una forma especial. Le gustaba jugar con la muerte. Vamos que era un
esperpento con patas. Pero peligroso.
Vivian en un barrio
humilde. La gente no siempre estaba al tanto de lo acaecido por el mundo y ahí
aparecía él, inventando mil historias todas truculentas. Cierto que la
situación actual en el mundo era para temblar, pero cargaba tanto las tintas,
que la mayoría de las veces la gente que le escuchaba, o bien arrancaba a
llorar o empezaba a sentir náuseas. Pues tal situación, le hacía sentirse
grande y potenciaba su ego.
Volvía a casa, se lo
contaba a su mujer y aumentaba la dosis de terror que había producido.
-
Pero hombre por Dios, que ganas con eso, porqué
haces esas cosas?
-
Pues ya ves, me gusta ver como se cagan por los
pantalones abajo los más templaos.
-
Yo que tú me andaría con ojo, igual el día que
menos te lo esperes, te das de cara con alguien, que sabe de qué va el cuento y
te arrea un garrotazo.
-
¿ A quién, a mí?. Quía , no ha nacido el guapo
que sea capaz de cruzarme la cara.
Pero si había nacido
ese guapo. Ese guapo era uno que vivía en Barcelona y a quien un vecino le
había llamado para darle el pésame por la muerte de su madre. Un vecino,
además, que vivía puerta con puerta con la presunta fallecida.
-
Jacinto, no sabes cuánto lo siento. De haberlo
sabido hubiera ido al entierro, ya sabes que tu madre y yo, éramos uña y carne.
-
Pero que me estás contando, si mi madre está
delante de mí, viendo el serial de la tele.
-
Estás seguro?
-
Como no estarlo, ES MI MADRE, la que me parió y
con la que he vivido hasta que me casé y vine a Barcelona. Quién te ha dicho
semejante patraña? Déjame adivinar… Ha sido el Críspulo, verdad?
-
Pues sí. Me paró en la plaza y me hizo notar que
las ventanas llevaban varios días cerradas… que si era bobo, que como no me
había dao cuenta y me dijo que había sio una muerte horrible.
-
De modo que una muerte horrible? Y como se la
cargó ese hijo de puta?
-
Pues que habían entrao a robarla, que se
resistió y la cosieron a puñalás.
-
Vaya, pues me has dado una idea. No digas ni pio
a nadie de lo que me acabas de contar.
-
Te lo juro. Y mira que me alegro que fuera una
patraña.
-
Y gracias hombre por tu preocupación.
Dejó pasar unos días
y decidió darse una vuelta por el pueblo para airear su casa y hacer una visita
a Críspulo. Justo el día que invitaba a todo el pueblo, por su jubilación. Le
saludó amablemente y no aceptó el vino que le ofrecía.
El pueblo andaba en
fiestas, y había una serie de atracciones populares. Y Críspulo, ya iba
cargadito de vino y tambaleándose. Y le dijo:
-
Mejor invítame a una vara de algodón de azúcar,
como cuando éramos pequeños.
-
Que jodío, y que lechuzo has sio siempre. Pues
claro que te invito a lo que tú quieras. Y a más.
-
No solo una, tendré bastante.
Una vez la vara de
algodón en su mano, arrastró a Críspulo a la parte posterior de una caseta
donde gritando vendían rifas.
Le cogió por el
cuello y le metió la barra de algodón por la boca, hasta dejarle casi sin
respiración. Los puñetazos que vinieron después dejaron el cuerpo y lo que es
peor la cara del intrigante, irreconocible. Y arrastrándole por uno de los
rotos de sus modernos pantalones, le llevó a la salida de la feria, donde
estaba la sala de los espejos, cóncavos y convexos. Y tiró una navaja a sus
pies, diciéndole:
-
Se la dejaron olvidada los asesinos de mi madre.
Con los ojos
inyectados en sangre, se miró en los espejos que le devolvieron una monstruosa
figura. Y con fuerza cogió la navaja.
----------------------------------------------
¿DE QUÉ TE
CONOZCO? SANTIAGO
J. MARTÍN
Cruzaron miradas. Intercambiaron raras sensaciones. Las dos
pensaron que se conocían de algo y, aparentemente, ambas dejaron para otro
momento seguir indagando si realmente era la primera vez que se veían o habían
tenido un encuentro anterior, en esta vida, claro.
La fiesta avanzaba según lo previsto. En la intimidad de la
familia cercana todo parecía más cálido y feliz. Eran apenas 15 invitados los
que se habían reunido para celebrar la próxima jubilación de Felisa. En solo 20
días pasaría a “mejor vida”, acostumbraba a bromear.
Como se acercaba el verano, decidió convocar a los más cercanos,
hermanos, algún sobrino y por supuesto, a su pareja, antes de que empezaran a
coger sus toallas y cremas y se marcharan a la playa, olvidándose de Cuenca por
unos meses.
No iba a ser una gran fiesta, pero sí quería brindar con rabia por
esa jubilación que parecía que nunca iba a llegar. Lo había tenido difícil
porque el tiempo que estuvo trabajando en la mercería no se lo habían cotizado.
Ya sabía ella que la muy cabrona de su jefa escondía algo detrás de aquella
sonrisa encantadora de experta en bragas.
Menos mal que Antón, su nuevo novio, era cinturón negro en malas
artes. No en las amatorias, que era un primor, pero sí en falsificaciones,
tretas y amigos sospechosos. A Felisa eso le daba igual. La respetaba, la
besaba, la mimaba y no le gustaba el fútbol; ya superaba con creces la nota
media de sus dos maridos anteriores.
Lástima que a esa fiesta no pudiera acudir Jacinta, la chica de
Tomasín, el hijo de su hermano mayor. Lo acababan de dejar hacía un mes. Le
gustaba aquella chica, tenía algo que le recordaba a ella misma. Pero en fin,
el amor es así de esquivo y si no que se lo dijeran a Felisa.
No se esperaba que su sobrino se recuperara tan rápido. En 15 días
ya estaba saliendo con otra mujer, y tuvo la osadía de llevarla a la fiesta.
“Una por otra, tía”. No le pareció bien aquel trueque. Ella quería algo más
íntimo, con rostros conocidos, aunque aquella cara, esa mirada, sí, le
resultaban cercanas y no sabía exactamente de qué.
Alzó su copa y propuso un brindis. Todos la siguieron. La fiesta
tocaba a su fin y el alcohol había ayudado a aumentar las voces y multiplicar las risas. Mejor
sería rematar con unas palabras.
-
Bueno, familia. Gracias por venir. En dos
semanas seré libre y podré cobrar sin trabajar, como si me dedicara a la
política.
Era graciosa Felisa, y todos rieron su broma, e incluso se oyó
algún aplauso. Parecía que el mini discurso se terminaba, pero no, llegaron las
frases que jamás debería haber pronunciado:
-
Y termino ya para dejar paso a los gintonics
que, por cierto, van por vuestra cuenta. Pero antes quero dar las gracias a mi
Antón. Si no fuera por cómo me ayudó a colársela a la Seguridad Social esto
sería imposible. En el fondo, al final se ha hecho justicia.
Coincidieron, en pleno fin de fiesta, en el servicio. Allí tenía a
la novia de Tomasín, detrás de ella, con una mirada asfixiante que veía por el
espejo mientras se lavaba sus manos.
-
Ya sé de qué te conozco Felisita. Yo soy la
empleada a la que colaste las falsas cotizaciones. Fue hace un par de meses.
¿Recuerdas?
Se le vino el mundo encima. Era verdad. El ligue de Tomasín era la
borde de la Seguridad Social. Lo que costó engañarla. No era posible. Pero
bueno, no creía que ahora ella…
Salió Felisa rápido del cuarto de baño, sofocada, medio gritando,
con cara de pánico:
-
Un médico, un médico – reclamaba.
Aseguraba que la había visto allí tirada, al salir de hacer pis, y
antes había oído un fuerte golpe contra el suelo. Se habría mareado.
La herida en la cabeza era tremenda. No tenía pulso. Fue una gran
desgracia para rematar una fiesta prometedora de días felices.
Felisa lo tenía claro. Tener que seguir trabajando sería una
condena para ella. Merecía la pena jugársela, coquetear con una condena de otro
tipo. Cualquier cosa menos quedarse sin su jubilación.